El ocaso de los dioses
No hay nadie en la calle, en los ruidos húmedos,
en el vuelo de las hojas y mis pasos quieren
reiniciar las maderas de la adolescencia.
Pero todo está abandonado, no hay nada que
pueda favorecernos; ningún aire de
inconsciencia, ningún reino de libertad. Sólo
hábitos tolerantes haciendo crujir nuestra
memoria. "Ha estado bien", decimos.
Dueños del incendio, de la bondad del
crepúsculo, de nuestro hacer, de nuestra
música, del único amor incoherente; soberanos
de esa calle donde los tactos y la impresión
hicieron su universo.
Las sombras acarician aún sus veredas, tu mismo
nombre y tu gesto son una forma nocturna que
en esa constelación crece y sabe enrostrar
nuestra culpa.
Y todo termina con una esperanza, con una
dilación —"ha estado bien"—, o en un bostezo,
o en otro lugar donde es menester el coraje.
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