ÁRBOL DESBORDADO
Los frailes encienden hogueras de cedro, sus círculos alterados. Todo empieza a arder en amarillo, se ensanchan y queman para siempre sus ángulos, la corteza, la voz del árbol, el páramo de impacientes sombras. Árbol desbordado, oración, hacha de piedra, el horizonte se reduce a cenizas. El infierno no tiene horario ni orden.
DESPRECIO DEL CIELO
Reducido a lo gris, el antiguo siervo sabe de los extremos del pedernal. Quemamos un cielo blanco, la mano cuida la ceniza y el tranquilo humo. Anochece en un rostro ejemplar, ojos plomizos. Desprecio del cielo, los dedos palpan el centro de la piedra rugosa y su tacto llama al abismo, perturbación del infeliz.
UMBRAL
Cerca al vano umbral, escalón,
principio de la vida,
el secreto permanece en la sombra.
Allí la furia de mi padre lo oculta,
a escondidas encubre su rostro,
al lado opuesto donde sopla el viento.
Nadie ve la incógnita,
el misterio escapa a los ojos de la lluvia.
Sólo mi voz hueca acusa al escondrijo,
la puerta y entrada de la casa.
Revuelvo las piedras y descubro un cuerpo tejido,
flor tardía,
grosor extraño que escupe una humedad de antigua rueca,
puño hilado,
repaso de la lana,
fina urdimbre de copos y nudos.
Me inclino sobre los dedos de la sonámbula
y el calcetín usado que novilleaba noche tras noche.
¿Hilaría demasiado la trama, la cara del destino?
Al beber el viento
la furia de mi padre aumenta:
he revelado su secreto.
AL SOL Y EL AIRE
Encima de la tabla del náufrago,
al sol y al aire,
los hombres fatigados
(muertos vivientes, leprosos del paraíso)
tienden los dados,
bordes opuestos que demuelen puntos
y figuras, números y látigos,
la embriaguez y el vértigo,
todo al alcance de la mano.
La suerte limpia su catalejo,
construye su derroche y trueque
y apuesta nuestro botín de las guerras perdidas:
un reloj descompuesto, un cuerno solitario,
una muñeca de balso, alfileres, agujas sin usar,
una humareda baja y perezosa,
la carta del saltimbanqui,
las lágrimas que gotean sobre los tejados,
los santos convulsionados,
el silencio entre los barrotes de metal blanco,
la pequeña hoja del hacha
y el próximo bosque con su derroche de madera.
La nave está desgastada por el agua y la saliva.
La corriente trae plantas ignoradas y reyes crueles,
himnos gigantes y extraños.
Los hombres tiemblan, pero ríen a la vez,
llevan un poco de ceniza, la justa para su defensa,
una rueda de molino atada al cuello
y la media luna pegada a su sien,
a su mirada gris y su azul inexpresivo.
¿Los dados que zumban cuáles secretos,
cuantas cosas revelan?
Sólo el náufrago sabe dónde guardan
los jugadores el dinero y la ceniza.
*****
Poemas de su libro ALEGORÍA DEL BUEN ESCRIBA
Fuente: de su perfil de Facebook
(Fuente: Oscar Vicente Conde)
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