jueves, 7 de septiembre de 2023

Dante Alighieri (Florencia, Italia, 1265 - Rávena, 1321)

 

LECTURA DANTIS

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INFIERNO

Cantos VIII y IX

Fragmentos

 

Puede ser una imagen de 3 personas y tapiz

 

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¡Demonios!
(Primer encuentro con los diablos bajo las murallas de Dite. Las Erinias. Las dudas de Virgilio. El enviado del Cielo)
 
 
VIII
"Ahora, hijo”, comenzó el maestro,
se acerca la ciudad llamada Dite,
con gran turba, con habitantes graves.”
 
Y yo: "Maestro, sus mezquitas
allá en el valle ciertamente veo,
rojas, como si salidas fueran 
 
del fuego." Me dijo: "El fuego eterno
que les arde dentro las muestra rojas,
como tú ves en este bajo infierno."
 
Llegamos pues a las altas fosas
que vallan esa tierra desolada;
de fierro me parecieron las murallas.
 
No sin primero dar una gran vuelta,
llegamos a sitio donde el barquero fuerte
"¡Salgan!", gritó, "aquí, la entrada."
 
Yo vi a más de mil sobre las puertas
llovidos del cielo, que rabiosamente
decían: "¿Quién es el que sin muerte
 
va por el reino de la gente muerta?"
Y mi sabio maestro hizo seña
de querer hablar secretamente.
 
Contuvieron un poco su desprecio
y dijeron: "Ven tú solo; que se vaya
quien audazmente entró a este reino.
 
"Solo regrese por la loca senda:
pruebe, si sabe; tú te quedarás,
que lo escoltaste en la comarca yerta."
 
Piensa, lector, cómo me desconsolé
al son de las palabras malditas,
que creí que jamás podría regresar.
 
"¡Oh querido duca, que más de siete
veces me has protegido y liberado
de alto peligro que en contra de mí fue,
 
"así deshecho", dije, "no me dejes,
y si pasar más allá nos es negado,
reencontremos juntos nuestro rastro."
 
Y aquel señor que me había guiado,
me dijo: "No temas, que nuestro paso
no detendrán; por alguien nos fue dado.
 
"Aquí me esperas, y el espíritu agotado
conforta y alimenta de esperanza buena,
que no te dejaré en el mundo bajo".
 
Y así se va, y me abandona
el dulce padre, y quedo en quizás,
y el no y el sí en la cabeza chocan.
 
Oír no pude lo que les propuso;
mas no estuvo allá mucho con ellos,
que todos hacia dentro se volvieron.
 
Cerraron las puertas los adversarios
en el pecho a mi señor, que quedó fuera,
y volvió hacia mí con pasos tardos.
 
Los ojos en la tierra y vacías las mejillas
de todo atrevimiento, decía entre suspiros:
"¡Quién me ha negado las dolientes casas!"
 
 
XIX
Aquel color que el miedo me pintó,
viendo a mi duca dar la vuelta,
rápido logró que contuviera el suyo.
 
Atentó se paró como el que escucha,
que mucho no podía extender la vista
por el aire negro y la tupida niebla.
 
"Nos convendrá vencer en la lucha",
comenzó; "si no... Alguien lo prometió;
¡oh, cómo tarda en llegar la ayuda!"
 
Yo vi muy bien cómo recubrió
el comienzo con lo que después viene,
que fue hablar distinto del primero;
 
pero no con ello sentí menos pavor,
porque llevé yo la palabra trunca
tal vez a peor sentido del que tuvo.
 
"¿En este fondo de la triste cuenca
bajó algún otro desde el primer grado
donde solo es pena la esperanza trunca?" *
 
Esta pregunta hice; y él: "Sería raro
que encontraras", respondió, "alguno
que haga el camino por el que yo voy.
 
"Verdad es que otra vez vine aquí abajo,
conjurado por aquella Ericto cruda **
que llamaba las sombras a sus cuerpos.
 
"Hacía poco de mí la carne era desnuda,
que ella me hizo entrar tras ese muro
para llevar un alma del círculo de Judas.
 
"Es el más bajo lugar, y el más oscuro,
y el más lejos del cielo que todo hace girar;
bien sé el camino; puedes andar seguro.
 
"Este pantano que el gran hedor expira
ciñe en torno la ciudad doliente,
donde sin ira no podemos entrar ya."
 
Y algo agregó, que no lo tengo en mente,
porque el ojo todo había empeñado
en ver la alta torre de la cima ardiente,
 
donde se levantaron de improviso
tres furias infernales de sangre tintas
con cuerpo femenino y con su atuendo
 
y que con hidras verdísimas se ceñían;
tenían por crines serpientes y cerastas
que les rodeaban las sienes fieras.
 
Y él, que bien conocía a las siervas
de la reina del eterno llanto,
"Mira", me dijo, "las feroces Erinias".
 
"Esta es Megera, la del siniestro canto;
la que llora a la diestra es Alecto;
Tisifón la del medio", y calló luego.
 
Con las uñas se hendía cada una el pecho;
se batían con las palmas y gritaban tanto
que me apreté al poeta, receloso.
 
"¡Venga la Medusa: lo haga de cemento",
decían las tres mirándome derecho:
"mal nos cobramos de Teseo el asalto."
 
"Date vuelta y ten cerrado el ojo,
que si se mostrara Gorgona y la vieras,
nunca más sabrías de volver a lo alto."
 
Así dijo el maestro; y él mismo,
me volvió, y como no confió en mi mano,
me cubrió todavía con la suya.
 
¡Oh, los que tienen intelecto sano,
miren la doctrina que se esconde
bajo la veladura de los versos raros!
 
Y ya venía por las ondas turbias
el fragor de un sonido, lleno de espanto,
por el que temblaban ambas orillas,
 
no de otra manera que un viento
hecho impetuoso por ardores adversarios,
hiere la selva y sin ningún freno
 
las ramas quiebra, abate y las esparce,
y delante polvoriento va soberbio
y hace huir a fieras y pastores.
 
Los ojos me descubrió y dijo: "Lleva el nervio
de la mirada hacia la espuma antigua;
allá, donde el humo es más amargo."
 
Como las ranas ante la enemiga
culebra por el agua se dispersan todas,
hasta que la tierra a todas agavilla,
 
vi yo más de mil almas destruidas
huir así delante de uno que al paso
cruzaba Estigia con las plantas secas.
 
Del rostro apartaba aquel aire grueso,
moviendo con frecuencia el brazo izquierdo,
y solo de esa molestia parecía cansado.
 
Comprendí que era el enviado del cielo
y volvíme al maestro; y él hizo un gesto
de que estuviera quieto y me inclinara.
 
¡Ay cuán me parecía lleno de desdén!
Fue hasta la puerta y con una vara
la abrió, y no tuvo impedimento.
 
 
 
Dante Alighieri, Divina Comedia, Lom, Santiago de Chile, 2018
 
 
* Se refiere al Limbo. E intenta averiguar si alguna vez Virgilio había recorrido el camino del Infierno.
 
** Maga de Tesalia. Invocaba a los espíritus para conocer el porvenir. Mediante la mención de su encomienda, Virgilio responde a la preocupación de Dante: le hace saber que conoce hasta lo más recóndito del Infierno.
Comentario: las Erinias amenazan con traer a la Gorgona con el propósito claro de que al mirarla Dante se convierta en piedra (esto sucedía a quien mirara la Gorgona o Medusa a los ojos). Los enigmáticos versos que siguen a esta visión ('mirate la dottrina che s'asconde / sotto 'l velame de li versi strani', esto es: miren la doctrina que se esconde /bajo la veladura de los versos raros) parecen una guía que Dante proporciona al lector para que piense en el significado de esta irrupción. En rigor, podrían intercalarse estos versos en muchos pasajes del Infierno; sin embargo, Dante pareciera poner el acento en este, y quizá se deba a que las Erinias (que los latinos llamaban Furias, pese a lo cual Dante las menciona con su nombre griego) no son espíritus del mal sino diosas primitivas, anteriores a los olímpicos. Brotaron de la sangre vertida por Urano cuando su hijo Cronos lo castró y podría decirse que son deidades de la venganza, o bien de la justicia, si alguien quisiera verlas así; pero de la venganza en vida, no en el inframundo. Los antiguos temían por esto a las Erinias más, quizá, que a los dioses mismos. Trataban de no mencionarlas y las llamaban "las Benévolas" (Euménides), por las dudas. Lo que Dante quería tal vez subrayar es que su narración del mundo extraño puede tomarse a veces como signo. En su destino se interponen las Furias tal vez para indicarle que tarde o temprano, en la tierra, no en el inframundo, pagará sus pecados. Pero la referencia a la Medusa y al "asalto" de Teseo, que bajó el inframundo y logró salir de él gracias a Heracles, habla más bien de la necesidad de cobrarse una venganza contra todos los hombres, sobre todo contra el que invade el mundo de ultratumba. Antes que de que nada pase, el enviado del Cielo que Virgilio duda si llegará, en efecto llega. Es muy diligente pero algo delicado respecto de los hedores del Infierno. Cumple su cometido y se marcha sin siquiera mirar a Virgilio y su acompañante. Parece, más que un ángel -vuela sobre el pantano, como se infiere de sus "pies secos"- un gerente ejecutivo. 
 
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Imagen: Miniatura atribuida a Príamo della Quercia, siglo XV: Virgilio tapa los ojos de Dante por si aparece la Gorgona, invocada por las Erinias; luego llega el enviado del Cielo y los poetas se inclinan ante él, quien les abre las puertas, reconviene a los demonios y franquea el paso a la ciudad de Dite
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VIII
(...)
 
Lo buon maestro disse: «Omai, figliuolo,
s'appressa la città c'ha nome Dite,
coi gravi cittadin, col grande stuolo».
 
E io: «Maestro, già le sue meschite
là entro certe ne la valle cerno,
vermiglie come se di foco uscite
 
fossero». Ed ei mi disse: «Il foco etterno
ch'entro l'affoca le dimostra rosse,
come tu vedi in questo basso inferno».
 
Noi pur giugnemmo dentro a l'alte fosse
che vallan quella terra sconsolata:
le mura mi parean che ferro fosse.
 
Non sanza prima far grande aggirata,
venimmo in parte dove il nocchier forte
«Usciteci», gridò: «qui è l'intrata».
 
Io vidi più di mille in su le porte
da ciel piovuti, che stizzosamente
dicean: «Chi è costui che sanza morte
 
va per lo regno de la morta gente?».
E 'l savio mio maestro fece segno
di voler lor parlar segretamente.
 
Allor chiusero un poco il gran disdegno
e disser: «Vien tu solo, e quei sen vada
che sì ardito intrò per questo regno.
 
Sol si ritorni per la folle strada:
pruovi, se sa; ché tu qui rimarrai,
che li ha' iscorta sì buia contrada».
 
Pensa, lettor, se io mi sconfortai
nel suon de le parole maladette,
ché non credetti ritornarci mai.
 
«O caro duca mio, che più di sette
volte m'hai sicurtà renduta e tratto
d'alto periglio che 'ncontra mi stette,
 
non mi lasciar», diss' io, «così disfatto;
e se 'l passar più oltre ci è negato,
ritroviam l'orme nostre insieme ratto».
 
E quel segnor che lì m'avea menato,
mi disse: «Non temer; ché 'l nostro passo
non ci può tòrre alcun: da tal n'è dato.
 
Ma qui m'attendi, e lo spirito lasso
conforta e ciba di speranza buona,
ch'i' non ti lascerò nel mondo basso».
 
Così sen va, e quivi m'abbandona
lo dolce padre, e io rimagno in forse,
che sì e no nel capo mi tenciona.
 
Udir non potti quello ch'a lor porse;
ma ei non stette là con essi guari,
che ciascun dentro a pruova si ricorse.
 
Chiuser le porte que' nostri avversari
nel petto al mio segnor, che fuor rimase
e rivolsesi a me con passi rari.
 
Li occhi a la terra e le ciglia avea rase
d'ogne baldanza, e dicea ne' sospiri:
«Chi m'ha negate le dolenti case!».
 
(...)
 
IX
Quel color che viltà di fuor mi pinse
veggendo il duca mio tornare in volta,
più tosto dentro il suo novo ristrinse.
 
Attento si fermò com' uom ch'ascolta;
ché l'occhio nol potea menare a lunga
per l'aere nero e per la nebbia folta.
 
«Pur a noi converrà vincer la punga»,
cominciò el, «se non... Tal ne s'offerse.
Oh quanto tarda a me ch'altri qui giunga!».
 
I' vidi ben sì com' ei ricoperse
lo cominciar con l'altro che poi venne,
che fur parole a le prime diverse;
 
ma nondimen paura il suo dir dienne,
perch' io traeva la parola tronca
forse a peggior sentenzia che non tenne.
 
«In questo fondo de la trista conca
discende mai alcun del primo grado,
che sol per pena ha la speranza cionca?».
 
Questa question fec' io; e quei «Di rado
incontra», mi rispuose, «che di noi
faccia il cammino alcun per qual io vado.
 
Ver è ch'altra fïata qua giù fui,
congiurato da quella Eritón cruda
che richiamava l'ombre a' corpi sui.
 
Di poco era di me la carne nuda,
ch'ella mi fece intrar dentr' a quel muro,
per trarne un spirto del cerchio di Giuda.
 
Quell' è 'l più basso loco e 'l più oscuro,
e 'l più lontan dal ciel che tutto gira:
ben so 'l cammin; però ti fa sicuro.
 
Questa palude che 'l gran puzzo spira
cigne dintorno la città dolente,
u' non potemo intrare omai sanz' ira».
 
E altro disse, ma non l'ho a mente;
però che l'occhio m'avea tutto tratto
ver' l'alta torre a la cima rovente,
 
dove in un punto furon dritte ratto
tre furïe infernal di sangue tinte,
che membra feminine avieno e atto,
 
e con idre verdissime eran cinte;
serpentelli e ceraste avien per crine,
onde le fiere tempie erano avvinte.
 
E quei, che ben conobbe le meschine
de la regina de l'etterno pianto,
«Guarda», mi disse, «le feroci Erine.
 
Quest' è Megera dal sinistro canto;
quella che piange dal destro è Aletto;
Tesifón è nel mezzo»; e tacque a tanto.
 
Con l'unghie si fendea ciascuna il petto;
battiensi a palme e gridavan sì alto,
ch'i' mi strinsi al poeta per sospetto.
 
«Vegna Medusa: sì 'l farem di smalto»,
dicevan tutte riguardando in giuso;
«mal non vengiammo in Tesëo l'assalto».
 
«Volgiti 'n dietro e tien lo viso chiuso;
ché se 'l Gorgón si mostra e tu 'l vedessi,
nulla sarebbe di tornar mai suso».
 
Così disse 'l maestro; ed elli stessi
mi volse, e non si tenne a le mie mani,
che con le sue ancor non mi chiudessi.
 
O voi ch'avete li 'ntelletti sani,
mirate la dottrina che s'asconde
sotto 'l velame de li versi strani.
 
E già venìa su per le torbide onde
un fracasso d'un suon, pien di spavento,
per cui tremavano amendue le sponde,
 
non altrimenti fatto che d'un vento
impetüoso per li avversi ardori,
che fier la selva e sanz' alcun rattento
 
li rami schianta, abbatte e porta fori;
dinanzi polveroso va superbo,
e fa fuggir le fiere e li pastori.
 
Li occhi mi sciolse e disse: «Or drizza il nerbo
del viso su per quella schiuma antica
per indi ove quel fummo è più acerbo».
 
Come le rane innanzi a la nimica
biscia per l'acqua si dileguan tutte,
fin ch'a la terra ciascuna s'abbica,
 
vid' io più di mille anime distrutte
fuggir così dinanzi ad un ch'al passo
passava Stige con le piante asciutte.
 
Dal volto rimovea quell' aere grasso,
menando la sinistra innanzi spesso;
e sol di quell' angoscia parea lasso.
 
Ben m'accorsi ch'elli era da ciel messo,
e volsimi al maestro; e quei fé segno
ch'i' stessi queto ed inchinassi ad esso.
 
Ahi quanto mi parea pien di disdegno!
Venne a la porta e con una verghetta
l'aperse, che non v'ebbe alcun ritegno.
(...)

 

(Fuente: Jorge Aulicino)

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