lunes, 4 de septiembre de 2023

Alicia Louzao (Ferrol, España, 1987)

 

UN POEMA DE NADIE DIRÁ QUE ESTUVIMOS AQUÍ

 


 

 

Los hijos de la tierra

 

Pues todo lo había relatado a tu hijo,

enviado a buscarte, el anciano Néstor, y él a mí.

 

 

Los hijos que descansan bajo los almendros y sobre la harina.

Las manos que los hicieron. La harina en la mesa y las perlitas

blancas de los restos.

Los hijos y el olivo.

Y aquí tranquilos,

pequeñas muestras de células espantosas que caminan con los

pies sucios. Células transparentes. Corazón de cigüeña de los

libros de preescolar. Pero nosotros sabemos la historia

de la harina y los metales. Las manos blancas que los hicieron.

Las perlitas de los restos.

Los hijos y el olivo.

Y aquí tranquilos,

como si no fuera nunca a pasarles nada. Como si todos los años

que vienen fueran el mismo. El baúl de los tesoros. Las

sorpresas del desierto. Las naves de extraterrestres. Las visitas

de la tarde. Y el ruido.

El ruido de las células transparentes. Las células sucias

pequeñitas como un suspiro de plástico en la punta de la nariz.

Vienen los hijos.

Corazones transparentes. Manos de harina. Ellos duermen con

esa respiración de los que no tienen nada que temer. Son

diminutos. Huesos que no crecen por ahora. huesos que no

conocen las matemáticas ni el infierno.

Tienen todos los nombres en los ojos. Boca azul y boca abierta.

Huelen a Nenuco porque una mano de harina los perfumó

cinco horas cuando todo estaba oscuro y no era todavía la hora

de la leche.

Los hijos y el olivo.

La madre que camina dando zancadas de plata como la

Historia con pantalones de chándal. Tiene un hijo y lo elige

entre los otros doce que respiran sobre la tierra. O la tierra

respira debajo de ellos. Y ellos se mueven. Lo que llamamos el

compás del espíritu santo y el cuento antes de acostarse y de

que lleguen los hombres malos que queman las cosas bellas.

Los hijos y el olivo y las manos blancas que los crearon como si

fueran una cosa bella que nunca jamás será quemada.

Y aquí tranquilos.

El agua en la montaña y los hijos pequeños como el ave roja

dentro de una cabeza de espiga buscando el agua en la

montaña.

La mano que llega en la madre dando zancadas y se mueve la

tierra y se mueven los hijos de la tierra.

Descansan bajo los almendros. Las perlitas blancas. La madre

se lleva al hijo transparente que podría ser un sueño de oro o

una mentira.

No importa demasiado. Porque elige con sus manos llenas de

harina y huele a colonia Nenuco y a las cosas bellas que nunca

jamás serán quemadas.

O eso piensa.

Una madre nunca es alguien de quien fiarse.

Coloca al hijo en un clavo y la pared cubierta de adornos de

otro tiempo. Anillos de cristal en las manos de harina. Crea al

hijo y crea el pan que dará de comer dos bocas. Y con el mismo

movimiento coloca al hijo en un clavo.

Los demás siguen durmiendo.

Células transparentes. Caben en un puño de plata.

Podrían ser un sueño de oro o una mentira.

Pero nosotros sabemos la historia de la harina y los metales.

Las manos blancas que los hicieron.

Las perlitas de los restos.

Duermen como hijos de la tierra que realmente no piensan en

ningún momento del descanso

que alguna vez será posible

que se quemen todas las cosas bellas.

 

 

Nota: las citas que encabezan los poemas pertenecen a las Heroidas de Ovidio.

 

 

 

Alicia Louzao

Nadie dirá que estuvimos aquí

 

V Premio de poesía Centrifugados/Pueblo de San Gil

 

Ediciones Liliputienses

 

(Fuente: Papeles de Pablo Müller)

 

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