“Yo que he sido el lacayo de personas tan ilustres.
Ah, hermosa multitud.
Ah, hermosa incertidumbre.
¿Cuál es el sitio del confort
y cuál el de la benevolencia?
Ah, hermosos brebajes.
Ah, hermosos corceles y carruajes.
¡Santé! ¡Santé!
Sabio es el que bebe
de la escudilla equivocada.
¿Saben los ciegos
que fonola canta
estas tormentas?
Yo que he sido el lacayo de personas tan ilustres.
¡Shhhhhh!
Toda pradera implica
una incertidumbre.
¡Señor! ¡Señor! Ha venido.
Supuse que nunca jamás
iba a escribir otra carta.
No hay más tesoros
en esta inmensidad.
Deje una vez más,
Señor, a mi cuidado
la medianía.
¿Prendemos las farolas
para que vuelva la noche
otra vez?
¡Señor! ¡Señor!”
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