Salmo a la perfección de la naturaleza, obra de Dios
Pregona el firmamento
las obras de tus manos,
y en mí escribiste un libro de tu ciencia.
Tierra, mar, fuego, viento
publican tu potencia,
y todo cuanto veo
me dice que te ame
y que en tu amor me inflame;
mas mayor que mi amor es mi deseo.
Mejor que yo, Dios mío, lo conoces;
sordo estoy a las voces
que me dan tus sagradas maravillas
llamándome, Señor, a tus amores.
¿Quién te enseñó, mi Dios, a hacer flores
y en una hoja de entretalles llena
bordar lazos con cuatro o seis labores?
¿Quién te enseñó el perfil de la azucena,
o quién la rosa, coronada de oro,
reina de los olores?
¿Y el hermoso decoro
que guardan los claveles,
reyes de los colores,
sobre el botón tendiendo su belleza?
¿De qué son tus pinceles,
que pintan con tan diestra sutileza
las venas de los lirios?
La luna y el sol, sin resplandor segundo,
ojos del cielo y lámpara del mundo,
¿de dónde los sacaste?
¿Y los que el cielo adornan por engaste
albos diamantes trémulos?
¿Y el que, buscando el centro, tiene, fuego,
claro desasosiego?
¿Y el agua, que, con paso medio humano,
busca a los hombres, murmurando en vano
que el alma se le iguale en floja y fría?
¿Y el que, animoso, al mar lo vuelve cano,
no por la edad, por pleitos y porfía,
viento hinchado que tormentas cría?
Y ¿sobre qué pusiste
la inmensa madre tierra,
que embraza montes, que provincias viste,
que los mares encierra
y con armas de arena los resiste?
¡Oh altísimo Señor que me hiciste!
No pasaré adelante:
tu poder mismo tus hazañas cante;
que, si bien las mirara,
sabiamente debiera de estar loco,
atónito y pasmado de esto poco.
Ay, tu dolor me recrea,
sáname tu memoria;
mas no me hartaré hasta que vea,
¡oh Señor!, tu presencia, que es mi gloria.
¿En dónde estás, en dónde estás, mi vida?
¿Dónde te hallaré, dónde te escondes?
Ven, Señor, que mi alma
de amor está perdida,
y Tú no le respondes;
desfallece de amor y dice a gritos:
«¿Dónde lo hallaré, que no lo veo,
a Aquel, a Aquel hermoso que deseo?»
Oigo tu voz y cobro nuevo aliento;
mas como no te hallo,
derramo mis querellas por el viento.
¡Oh amor, oh Jesús mío!,
¡oh vida mía!, recebid mi alma,
que herida de amores os la envío,
envuelta en su querella.
¡Allá, Señor, os avenid con ella!
incluido en Poesía de los Siglos de Oro (Epublibre, Internet, 2002, ed. de Felipe Pedraza y Milagros Rodríguez Cáseres).
(Fuente: Asamblea de palabras)
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