sábado, 21 de agosto de 2021

Paul Peláez (Caracas, Venezuela)

 

 

Llanto a Caracas

 

“Buscas en Roma a Roma ¡oh peregrino!...

cadáver son las que ostentó murallas”

Francisco De Quevedo

 

 

Cómo no hacer canciones tristes con los pedazos de tus calles o las heridas de tus casas si tus tajos abiertos sangran aullidos eres el crujir de un hueso roto el golpe mudo de la bala y la sombra que llena mis ojos porque de sombras están hechos tus restos, Caracas.

Arráncame los ojos

niega que eres una estrella fusilada

niega que tus hijos se apagaron

en la mentira roja de una tarde

                                                                                                                                   

Hoy mis manos lloran

lo que mi pecho ya no puede.

 

Memoria de un domingo en el parque

 

Recuerdo a los pájaros y las nubes

nadando en el césped

y a nosotros sobre ellos

desbordando el aire

haciendo caminos de vientos

peloteando algún astro olvidado

mientras un árbol trepaba al fin

a alguna ardilla

y  el sol se tendía bajo el samán

buscando sombra

pues, arriba brillaban los rayos

de las bicicletas

y los papagayos

y los restos de una tarde

que se iba cansando de a poco.

Yo, sentado con un chupi en la mano,

observaba a la gente pasear

con el universo atado a una correa

...

 

Matrimonio

 

Eres las cortinas que adornan las ventanas de la sala,

La finita luz de los bombillos,

la montaña de zapatos

en el pasillo de la entrada

Y las hojas de nuestra planta muerta. 

 

Eres los colores de los cuadros

que se vierten sobre el suelo

dejando trozos de sí mismos

para convertirse en una cara,

tu cara;

de repente esos colores

dibujan una boca palpitante

que riega por la casa sus latidos

y unos ojos que me buscan

que me tocan

que me abrazan

y me llevan de la mano, no sé adónde.

 

Son tus manos las que bebo, es cierto.

Pero son las mías los cuchillos

que usaste en mi garganta.

 

Mi sangre

 

Estos tiempos de cruces

martillos y clavos

con los que he perforado

mi cuerpo

y que estúpidamente

creí que eran mis piernas,

se han transformado en ciclón,

en soplo maldito

que arrastra mi casa,

esta,

que he construido

con los huesos y arterías

de mis padres

Y ahora, gracias a estos tiempos,

quedó reducida solo

a rastros amargos de sangre,

mi sangre.

 

Temo que es todo lo que podré

dejarle a mi hija.

Esta cruz terrible e ineludible,

con una etiqueta clavada

en lo alto

y que solo

refiera mi nombre.

 

 

(Fuente: La parada poética)

 

 

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