martes, 22 de junio de 2021

Marco Martos (Piura, Perú, 1942)

 

 

Hafitz compara el amor con la Vía Láctea

.

Quédate con tu bombasí de encajes,
para iniciar el rito del amor, la locura, el nacimiento y la muerte,
quédate con tu bombasí de encajes.
Déjame palparte con los ojos
en esa transparencia que muestra
y esconde la tersura de tu piel
en esta noche de estrellas encendidas tan distantes.
Bajo el incierto resplandor lunar
guía mi mano al nudo de tu cintura
y desata conmigo nuestras respectivas tranquilidades,
y quédate, ahora sí, desnuda para que te vea
antes de extraviarme en el laberinto eterno
donde seré Nadie y todos los hombres.
Escucha el respirar animal que me habita,
siente mi galope en tu corazón,
el latir del mar, la marejada,
el camino luminoso de las estrellas,
la Vía Láctea en el oscuro oleaje
de millones de años.

 

 

 

 

Hafitz compara el amor con la Vía Láctea

.

Quítate pronto tus hermosos trajes,
quítate los adornados sostenes,
las amarillas sortijas que tienes,
quédate con tu bombasí de encajes.
Quiero palparte con mis lentos ojos
o desatar el nudo de tu calma,
ingresar cuidadoso en tu propia alma,
satisfacer, prudente, tus antojos.
Deseo ser Nadie y todos los hombres,
galopar sobre ti por las estrellas
y soldarnos felices sin querellas,
lo que tú quieras para que te asombres,
siendo contigo en lejanos parajes
Vía Láctea, blancos oleajes.

 

 

 

 

El mar de las tinieblas
Carta Moral a Lucilio

Escribe Séneca (40 d.C.)

Solitario y débil,
el buey viejo
quiere pasto tierno
y los hombres,
no muy diferentes,
somos alimento
diario de la muerte.
Nuestros cocineros
circulando entre los fuegos
preparan manjares para muchos
y los labriegos en Sicilia
y en África, y acaso más allá
del mar de las tinieblas, siembran
hierbas aromáticas, hortalizas y frutales
para alimentar a Roma y a las ciudades
de los cuatro confines
en cada uno de los imperios.
Cada quien defiende con los dientes
su verdad en el foro.
Con discursos y denuestos
los antagonistas se acompañan.
La mujer discute con el marido.
Ambos escuchan el eco
de dos voces y como eso no les basta
engendran al hijo entre sollozos.
Condición del hombre es estar solo,
vivir lo breve en la incertidumbre.
En cualquier cosa que hagas, Lucilio,
pon tus ojos en la muerte.
Consérvate bueno.

 

 

 

 

Zarza

 
Aquí cabrillea el oro.
Con las olas del estío
va y retrocede.
Esta es la zarza,
la espada que corta
las aguas
aguzando su filo
cuando llega
a la playa.
Una bola de olvido,
un olvido de fuego,
un fuego de fuego
nace del agua.

 

 

 

 

Última hora de Abderramán III

(Córdoba, año 961)

.

Muere el sol en la mezquita de Córdoba
y nace la noche en mi corazón. Y nunca más.
Mañana el astro volverá a su rito
y  no habrá corazón en la oscuridad definitiva.
Astrolabios, relojes de arena, arrugas de mi rostro,
calendarios del Nilo, memoria de los creyentes,
soldados de mi espada, todos saben
y comentan cómo han goteado
cincuenta años de emirato y califato.
Tesoros, honores, placeres,
todo lo he tenido, todo
lo he desperdigado.
Mis rivales, los más grandes,
me estiman, me temen, me envidian,
besan protocolariamente el suelo sagrado
y suben arrastrándose hasta mi trono.
Todo aquello que los hombres desean
me ha sido donado por el cielo.
La noche viene. Cantan los pájaros.
En este tiempo largo de aparente
contentamiento he guerreado en Toledo,
en Mérida, en Zaragoza, he vencido
en todas las batallas, todas
las perfidias del reino las he dominado.
Las más hermosas mujeres de al-Andalus
me han sonreído en mi lecho, cada alborada.
La noche viene. Ya callan los pájaros.
Antes de irme quiero contar
los días en que fui feliz. Mi memoria
escudriña el pasado: sólo son catorce.
Creyentes, mortales, aprecien conmigo
la grandeza del mundo y de la vida.
La noche llega. Me llamaba Abderramán III.
Ésta es mi última palabra.

 

 

 

 

En el puente de las vacilaciones al borde de una mañana eterna 

Yasunari Kawabata conoce a la danzarina de Izu. (1923)

  

A lo lejos, es conmovedor el puente de madera,
suspendido sobre la curva del río.
Parece un adorno inextricable
entre las dos riberas. Algo amarillo hecho
como un lazo entre lo verde de los árboles.
Sólo llegando a pisar sus tablones
se percibe el deterioro como marca de guerra
y oscuro sello del tiempo:
diminutas incisiones, quemaduras,
picaduras de viruela de un cuerpo desesperado
o heridas a tajo hechas por un rápido cuchillo.
¿Está viva o muerta la madera o acaso está
agonizando por encima del agua? Nadie lo sabe.
A nadie le importa mientras sirva.
La llaman, según dicen,
el puente de las vacilaciones.
Avanzan los hombres hasta la mitad del río
y dudan entre irse al barrio del placer
o regresar a cumplir con sus deberes conyugales.
Eso ocurre cuando la noche toma su nombre.
Me gusta venir a la hora del ocaso,
cuando el sol tiñe de rosa
las copas de los árboles. Cada vez
me sorprende esta belleza natural
que el hombre no ha dañado con el puente
de madera. Pero hoy vi a una muchacha
en un momento diferente:
con la cara lavada bajo el sol de la mañana,
radiante, como si el tiempo no existiera
o fuera un presente eterno, cruzando
el puente de las vacilaciones,
tan resplandeciente como la madera del primer día,
como un árbol caminando y ofreciendo sombra
a todos los hombres.
Me quedé confuso, contemplé el agua largo rato,
horas de horas, y me hice extrañas preguntas
sobre el objeto de la vida
hasta que llegaron los viandantes
con sus perplejidades, tal fantasmas bailarines
a la luz de la luna llena.
Me pareció entonces eterno el puente,
y sin heridas. Un Dios otorgando serenidad
a los alucinados de este remoto lugar del mundo.

 

 

 

 

 

   Brindis de Yasunari Kawabata por la danzarina de Izu (1945)

 

 Por la luz intensa que arriba a tu ventana
en el centro de la noche y te deja
ligeramente azul cuando te baña,
por tu piel que semeja a las espigas
de cebada bajo el sol del mediodía,
por tus ojos del color de la miel
de las abejas zumbando al pie de la montaña,
por tu permanente gracia de mujer
que ya tuvo aquella que alegró la vida
del primer hombre, cuando hablaban,
por la serena belleza de tu voz
que llega precipitándose hasta el mar
desde lo más alto, por tus manos que ofrecen
ríos de ternura, llueve o truene,
haya sol o nube o nada,
por tu sonrisa que hace de cada día,
con sus instantes, un lugar de palmeras y agua,
y alienta a continuar el camino de la vida,
levanto mi vaso de vino y brindo
por ti y por tus sueños,
y mientras lo amarillo helado
baja por nuestras gargantas
tocan timbres a lo lejos,
turbinas se alistan, alas,
y un pacto de fuego queda sellado
en nuestras miradas.

 

 

 

 

El mar escribe 

Yasunari Kawabata se despide

de la danzarina de Izu. (1972)

 

Toda poesía es una despedida,
una línea blanca de espuma
en el ancho mar que se lo lleva todo.
¡Con qué indiferencia se mueve el mundo
a todo lo que planeamos y queremos!
¡No hay olvido!
¡Grito que no hay olvido en la memoria!
En la cresta de la ola
o en la sima más oscura
con todo lo vivido o flotamos
o nos sumergimos.
Así, braceo un rato y luego me hundo
balbuceando tu nombre sagrado
en la noche de agua eterna.
Nadie sabe si soy un fantasma
o un buen nadador
que será niebla mañana,
que ya es cielo encapotado,
o una línea de espuma blanquísima,
vena del mismo mar que acaso escribe.

 

 

 

 

El Perú

 

No es éste tu país
porque conozcas sus linderos,
ni por el idioma común,
ni por los nombres de los muertos.
Es éste tu país
porque si tuvieras que hacerlo,
lo elegirías de nuevo
para construir aquí
todos tus sueños.

 

 

(Fuente: Círculo de poesía)

 

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