COMIENDO SOLO
He extraído las últimas cebollas jóvenes del año.
El jardín está desnudo ahora. El terreno está frío,
pardo y viejo. Lo que queda de las flamas del día
en los arces en el rincón de mi
ojo. Me vuelvo, un cardenal se desvanece.
Por la puerta del sótano, lavo las cebollas,
entonces bebo de la helada espita de metal.
Una vez, años atrás, caminaba al lado de mi padre
entre las peras caídas del árbol. No recuerdo
nuestras palabras. Podíamos haber paseado en silencio. Pero
todavía le veía combado con su mano izquierda apuntalando
sobre la rodilla, rechinando al alzarla y sostuvo
frente a mis ojos una pera podrida. En ella, un avispón
giró alocadamente, barnizando en el lento, resplandeciente jugo.
Era mi padre al que vi esa mañana
undulando hacia mí desde los árboles. Casi
le llamé, hasta que me le acerqué lo suficiente
para ver la pala, reclinada donde yo la había
dejado, en la oscilante, profunda verde sombra.
El blanco arroz exhalando vapor, casi hecho. Dulces verdes guisantes
fritos con cebollas. Camarones salteados con aceite
de sésamo y ajos. Y mi propia soledad.
Qué más podía yo, un hombre joven desear.
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(Traducción: Wilfredo Carrizales)
(Fuente: Daniel Rafalovich)
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