A
Murió A. Y no murió. Así como su padre
A, así como su abuelo, se ahogó en el cementerio de la aldea.
Se ahogó, pero no se ahogó. Se hundió en el lodo.
Se metió en el lodo y en las mudas piedras del lodo.
Allí calla ahora. Olvida. Borra. Allí está y no está.
Porque no hay un lugar. No tiene principio ni fin. AAA.
Alguien murió. Nadie. Su nombre
olvidado. Y el de su padre y el de su abuelo.
Pero, a veces, las cosas hacen ruido. A veces se levanta
quien se acostó a dormir, y sigue muriendo quien velaba al
muerto.
A veces AAA insoportable terror del espacio que busca su voz.
A veces AAA tristeza monótona de la lluvia sobre los senderos.
AAA gorgotea cuando rueda desde el mar.
AAA suspiro del sílex en las horas.
Lo único cierto, A está muerto.
Quien cree que alguna vez lo oye, que escuche con el otro oído,
y quien no lo oye, seguirá escuchando en vano.
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en "El libro de las cosas y los cuerpos", Arlequín, Teotihuacán, México, 2005. Trad. del esloveno de Tina Šlic, Pablo Juan Fajdiga, Špela Markic y Oscar Leonel Ruiz-Ramírez.
(Fuente: Jonio González)
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