Anacreóntica
Colgué en sus labios el asombro.
Como un tigre violeta le sangraban los ojos.
Ahorré la luz debajo de su pelo.
Sol. Tertulias de sombra en sus pestañas
rumoreaban como uvas de un lagar.
Reconstruí de súbito la fiebre,
y el acoso flameaba entre sus medias.
Pequeña de los años ―diecisiete―
me despeñé desde su cuello
cuando debajo del corpiño
dos frágiles navíos
se le iban a pique.
Relato
(fragmento)
Puntual
asistente de liquen y de ortigas
llegas, oh soledad, puntual como la noche,
como la lluvia de este otoño, llegas como
la estricta jaula que nos forma el aire.
¿A qué hora del día nos duele más la vida?
Decimos soledad por no decir “qué frío”,
decimos “voy contigo”, para quedarnos solos.
Un día
alguien ama nuestro silencio,
esta forma de viajar sobre la tierra.
Se tropieza, fumamos, hacemos el amor,
y al comer cubrimos el pan de espesa mantequilla
parecida a la sombra,
seguros de caminar mañana
entre escritorios grises de oficinas.
Y sin embargo el sueño llega.
Una vez, cuando el mundo se hizo de otra edad
y cabía en un grano de arena,
las hojas amortajaban al rocío, el viento
rasgaba las cuerdas de las rocas, y los bosques
eran las astas de los ciervos.
Luego vinieron los mares ateridos.
Alguien vino, también, y abrió la roja puerta
de par en par, y las oscuras dehesas
del polvo y de la nieve
salieron como radiantes novias
arrodilladas en los valles.
Fábula definitiva
Porque no es natural que yo me queje,
que vaya lastimando con mis voces
al alba y a los pájaros,
que arroje mis palabras como piedras.
Porque no es natural,
yo sé bien lo que vale
el tiempo de la siembra.
Hoy todos saben que si llamo,
que si grito, le toco a cada uno
la negra pústula que llevan.
(Debajo de la vida hay un sabor a
lengua nativa, hay ese oscuro olor
de las cenizas húmedas.)
Sucede
como un pabilo de luz.
Despierto y dócilmente
le toco su niñez al alba.
Me conformo pero llega la tarde
y no consiento que laven mis ojos
las estrellas.
¿Cómo tocar la luz con estas manos
si el aire nos enreda, si el hambre nos enreda
y nos hace danzar, danzar
una fábula
de bocas enterradas
y de yedras?
Fundo mi pecho de relámpagos.
¡Que nadie contemple su tristeza!
¿No mide el sol los días?
¿No mide la jornada del labriego?
¿Y qué son esos días sino sol y más sol,
extraña savia y sed,
albúmina buscando su envoltura
bajo el violento octubre de las cosas?
Yo, enfrente de este bosque y de este tiempo hablo,
con mi herida terrena, doble,
doblemente violenta.
Enfrente del terror me quedo, amigos,
como el mar, una vez,
sentado en las arenas.
(Fuente: Círculo de poesía)
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