jueves, 3 de octubre de 2024

Salvatore Quasimodo, Italia, 1901-1968

 

Al padre

 

Sobre el agua violeta
donde estaba Messina, entre cables cortados
y escombros caminas por las vías
y las agujas de cambio con tu gorro de gallo
de la isla. El terremoto ruge
desde hace dos días, es un diciembre de huracanes
y mar envenenado. Nuestra noches caen
en los vagones de carga y nosotros, ganado infantil,
contamos sueños polvorientos con los muertos
destrozados por los hierros, mordiendo almendras
y una rosca de manzanas disecadas. La ciencia
del dolor puso verdad y puñales
en los juegos de los bajíos de malaria amarilla
y terciana llena de fango.
 
Tu paciencia
triste, delicada, nos robó el miedo,
fue una lección de días unidos a la muerte
traicionada, al desprecio de los ladrones
atrapados entre los restos y ajusticiados en la oscuridad
por el fuego de los desembarcos, una cuenta
de números bajos que resultaba exacta,
concéntrica, un balance de vida futura.
 
Tu gorro de sol iba de un lado a otro
por el poco espacio que siempre te han dado.
También a mí me moderaron todo
y he llevado tu nombre
un poco más allá del odio y de la envidia.
El rojo aquél en tu cabeza era una mitra,
una corona con alas de águila.
Y ahora en el águila de tus noventa años
he querido hablar contigo, con tus señales
de partida coloreadas por el farol
nocturno, y aquí desde una rueda
imperfecta del mundo,
sobre una profusión de muros cerrados,
lejos de los jazmines de Arabia
en donde estás todavía, para decirte
lo que que un tiempo no pude –difícil afinidad
de los pensamientos– para decirte, y no nos escuchan sólo
las cigarras del Biviere, agaves y lentiscos,
como dice el campesino a su patrón:
“Beso sus manos”. Eso, nada más.
Oscuramente fuerte es la vida.
……

[Trad.: Gerardo Gambolini]

 

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