DIARIO NOCTURNO EN UN PAIS FEO (fragmento II)
Me
he pasado por la Facultad, he saludado y me he sentado junto a un grupo
de conspiradores. Decido que sí, que participo, y no se puede explicar
más. Frente al podrido SEU: se está empezando a crear una Associació
Democràtica d´Estudiants Valencians, y para mi sorpresa es por
iniciativa del Partit Socialista Valencià. Resulta que, por fin,
encuentro socialistas del PSOE, partido de ideología marxista-leninista,
dicen, como lo fundó Pablo Iglesias. Los escondidos. ¿Dónde estaban?
Relectura de lo indestructible. Meditaciones sobre el triunfo, y en qué
demonios consiste eso. Desde luego no es el aplauso de la muchedumbre
ni los susurros de admiración. Tampoco es el éxito momentáneo, eso es
otra
cosa, lo último es lo que decide, Napoleón no triunfó ni perdió en
España, y toda la barbarie nazi fue un rotundo fracaso, aunque provocase
durante años espasmos de satisfacción. Un triunfador puede que sea
Franco, sabiendo prolongar en el tiempo su crueldad beata y su
excepcional mediocridad.
Pero la palmará un día, seguramente en la cama, de un ictus o de
gripe, y como no ha creado nada consistente sino una armazón sostenida
por fusiles, en diez años su triunfo actual será un olvido, aunque los pelos
se
erizan de terror si se hace caso a Bretch cuando afirma que el huevo de
la serpiente es perdurable, y la duda me asalta si aseguro que Franco
lleva un cuarto de siglo poniendo huevos. Digo su triunfo personal, el
viento
histórico que le mueve, ahora llamado fascismo, otras veces cesarismo y
de cien formas, ese que es inmortal, y España es tierra bien abonada.
El triunfo verdadero debe ser frente a algo muy trascendente y capital
que
no acierto a definir y que no es la literatura, ni la física, ni la
matemática, ni el amor, ni la política, ni el trabajo, ni el dinero… Mi
problema para esta cosa rara del triunfo es que una terrible timidez, o
un imponente orgullo de ególatra, no sé, me mantienen alejado del
compromiso con lo más cotidiano y lo más básico y me hacen aspirar a
otro tipo de sueño de lo imposible, lo inalcanzable y hasta lo
sobrehumano, o dicho de otra forma, una paparrucha. Me avergüenza
bastante el éxito de las miserables conquistas imaginables que sólo
pueden conducir al terreno de la vanidad. Deseo otra cosa que
interiormente conozco pero que me es imposible manifestar con el uso de
la razón y de su lenguaje. Hoy, por ejemplo, día de lluvia, como
siempre, preferiría ser rico a ser famoso, porque lo primero me parece
más difícil de conseguir y más fácil de expresar. Aunque me muevo
pisando la dudosa luz de la esperanza, la realidad es que la llamada
inmortalidad de los hombres gloriosos me produce cada día más
desconcierto.
Apunte nocturno:
Como ser agente del orden, maravillosa definición de policía, autoriza
actualmente a cualquier cosa, bofetada, detención, registro, humillación,
burla, insulto, o hasta dejarte tieso por un disparo al azar, una puta está
más
segura pidiendo ayuda a un proxeneta, un estudiante a una puta, y un
obrero a un empresario. El proxeneta protege a la puta, la puta esconde
al estudiante, el empresario escamotea al obrero a cambio de pagarle
menos.
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Voy descubriendo que es falso entender un diario como un simple recep-
tor de pensamientos secretos que no se confesarían, o peor aún como el
confidente impasible, sordo, mudo y no contestatario con el que desaho-
garse. En el diario uno no sólo se expresa con mayor sinceridad que ante
cualquier otra persona, —y que desea luego borrar estropeando el cuaderno—
hay algo más, uno se cree a sí mismo después, porque en toda otra
comunicación hay fingimiento, aunque sea disfrazada de cortesía y buenos
modales. El diario es un vehículo de mi sentido de identidad. Me repre-
senta únicamente a mí con independencia emocional y práctica, y por lo
tanto no sólo registra selectivamente algo de mi vida real diaria, sino que,
a medio plazo, ofrece una alternativa. Su principal problema es la selecti-
vidad de las emociones, no es nunca una biografía, sino una sucesión de
estados de ánimo en un lugar determinado y una hora concreta, al menos
mi Diario. Me he dado cuenta de que podría llevar al mismo tiempo dos
diarios completamente opuestos, uno que elige relatar unas determinadas
vivencias y otro que relatara otras muy diferentes, incluso con personas
diferentes y escenario distinto.
Felicidad pues inusitada de tonto abotargado, solo en una ciudad sin
seres vivos, todos zombis. Soy libre, aunque el trabajo de mantenimiento
me va a restar tiempo para escribir si es que el día sigue dividiéndose en
tres tercios: ocho horas de trabajo, ocho de sueño, ocho de intimidad.
Llevo un par de horas retocando frases del capítulo del terror de los
polígrafos, de La factura del verdugo, esta novela que sí es mi novela y la
primera obra de la que puedo decir que me siento satisfecho, aunque las
conversaciones de Madrid con los bilbaínos del premio Agora, para una
improbable publicación, son todavía absolutamente desesperanzadas, en
especial porque recuerdo a Gutiérrez Solana cuando escribía aquello de
que “ten en cuenta que todos los editores y libreros son muy
brutos, y que la mayoría, antes de serlo, han sido prestamistas o mulas de
varas”. A veces dudo que la novela pueda publicarse algún día, como no
sea en Francia, y lo haría con seudónimo. Pero no tengo demasiada prisa.
Publicar
no me atrae en exceso porque temo al éxito, no al fracaso en absoluto,
pertenezco a familia de perdedores, y eso da forma con el tiempo a un
modo especial de carácter. Todavía no quiero destacarme de entre la
carpetovetónica masa infame y amorfa entre la que me corresponde estar
por delito de nacimiento con la publicación de unas obras literarias que
dicen lo que dicen, pero podrían expresar otra cosa, o la misma
relativa tesis de otro modo y con otras palabras. Como aún vivo
escarmentado por toda mi ambigua experiencia en el Colegio Mayor y la
doble vida que allí tuve que ejercer, me deprimen aún las ideas que
quedan escritas de por vida, ya sin remedio para siempre. Lanzar al
mundo ideas y frases, poemas y argumentos, actualmente casi da miedo,
porque la idea no muere nunca y permanece agazapada detrás de uno mismo,
después de que ya tú has desaparecido para siempre entre el polvo de
algún cementerio. Si aún me duelen terriblemente un par de cartas, ¿qué
será una obra de más de seiscientas páginas que editadas pueden ser
setecientas?
Esperaré
un poco, todavía, la corrección del final. Intuyo, en este momento, que
algo no funciona en toda esta mi argumentación y que alguna trampa se
cruza en mi razón y me envenena, ser español no puede contener un gen de
quien nunca gana, pero mañana pensaré en ello. Hoy el día ya se acaba.
Prefiero decir ahora como una confesión de un pecado de estupidez que a
lo largo del día he pensado varias veces en el pobre Varela,
desdichadamente influido por un mal amigo, y en la chica de ayer, la
prostituta, esa inimaginada novedad, pero distanciada de los actos que
nos unieron durante treinta o cuarenta minutos. El hecho de haber pagado
dinero por la utilización de un ser humano para mi goce me produce una
extraña sensación obscena, pero como nueva inimaginada experiencia me
resulta un
goce notable.
Apunte nocturno:
Tras su crisis de identidad un psicólogo le ayudó a saber quién era realmente.
Pero seguía perdido, desde que se conocía mejor ya no era el mismo.
Antonio Santos Barranca. Diario nocturno en un país feo. Letrame Ed. 2024
(Fuente: Voces del extremo)
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