La enormidad que no se deja ver
Cuando las risas van rayando el piso como una cadenita que arrancaron del cuello de una chica, ¿qué nos espera donde la risa se acumula? Y después que el aliento, que corta como sierra, nos pone a descansar en una cama de hojas, ¿qué se alimenta con atención infinita de esas hojas? Es sólido, si bien se deja penetrar, como un estado de ánimo. No tiene cara, igual que dios. Igual que la lujuria arde como una vela sin pabilo de culpa. Entramos y salimos de los cuartos, dejando nuestro polvo, nuestras voces un charco en los alféizares. Vamos de puerta en puerta en el gran chaparrón de los días. Los árboles antiguos siguen creciendo lentos, los troncos engordando con cada nuevo anillo. Y todo lo que vemos, al crecer, va enterrándose en el suelo. Y todo aquello a lo que somos ciegas nos cae con su peso sin muerte en los oídos y nos canta.
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg
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