6 poemas
INCENDIO
La primera gota de lluvia asesinó al verano.
Odyseus Elitys
Salió del infierno y quiso
contemplar su reino más allá de las calderas.
Con los ojos en el cielo
esperamos el milagro
convocado por la oración y la esperanza.
Contaremos a los hijos que nazcan que aquí hubo un río, una fuente, un primer beso. Nada ha ocurrido, todo ha sido un mal sueño, pensarán. Como niños, jugaremos sobre las cenizas. Los viejos morirán como huyen los animales salvajes del fuego.
El monte arde.
El pueblo arde.
Salió del infierno, más su reino
no será por siempre de este mundo.
El paisaje permanecerá en la memoria.
TELEDIARIO
Cuerpos inertes
desde almohadas de privilegio
observan a una madre huérfana de hijo
que relata cómo lo han asesinado.
Un árbol de Navidad con rubíes,
una mesa rodeada de sonrisas y perfumes.
Detenciones,
torturas,
operaciones en improvisados hospitales.
Niñas y niños exterminados por armas inteligentes,
madres que buscan a sus hijos
bajo los escombros.
Deseaste que sus cadáveres
se desplomaran en las cenas de esas casas
para abrir sus conciencias.
CONCIENCIA
Vivía en una casa pequeña
cuando empecé a guardar recuerdos:
recuerdos de niña.
recuerdos de joven, de novia, de madre.
De inicios y duelos.
Guardé los recuerdos en cajas de colores
para llevarlos conmigo.
Cambié de casa, una, dos y tres veces.
Los alimentaba y crecían, crecían.
Una noche de tormenta
dejé las ventanas abiertas y la radio puesta.
Entró un remolino y se llevó todas las cajas.
Recogí del suelo un rosario de nácar y una muñeca rota
mientras un periodista contaba
que habían asesinado a dos activistas
en la Amazonía.
NO TE TIEMBLO, MUERTE
Si temiera tu guadaña
no andaría pecho afuera en primera fila,
ni viajaría en cayuco o en patera;
no cruzaría ríos ni fronteras.
No me asustas, Muerte,
porque no eres cómplice del gemido
de ese niño entre otros cuerpos y llantos.
No me asustas, Muerte,
porque no eres vampira en el pubis de las niñas
o en el cuello de sus madres.
Tú que has sido flecha, espada, lanza,
vives ahora enjaulada más allá de tu destino.
Te percibo sometida
a esta vorágine que sofoca el respeto que mereces
cuando llegas silenciosa a liberar de sus cargas
a quienes cansados decidieron irse.
Hoy te veo solidaria, compañera,
forzada a presenciar esa tortura,
a llegar tarde, demasiado tarde,
para enterrar las migajas de los cuerpos machacados.
Eres esta muerte a quien no temo,
pero sólo a esa.
Por eso grito pecho afuera
en primera fila
con el puño levantado y la boca más abierta.
SUMISIÓN
Mi alma quedó en el armario
dentro del vestido blanco.
Mamá lloró en la ceremonia.
¿Por qué no estalló aquel avión?
Morir cada día
no es la manera más digna
de irse definitivamente.
Soy un cuerpo objeto sometido.
Silenciada.
Un dolor tirano se expande en mi cuerpo.
Me arrebata.
Cuando el cerebro se rinda,
no recordaré.
Será como estar muerta.
Siento su aliento de vodka
en mi cuerpo aplastado,
el temblor antes del primer golpe.
Deseo huir.
¿Mamá, dónde estás?
Vuelven las náuseas.
Fluye en mi vientre alquitrán de espanto.
POEMA RURAL
No cantó el gallo esta madrugada.
Pinta mal el día.
Entró un zorro en el gallinero,
huyeron los perros y tú dormías.
Ahogado un pato en el cubo vacío
su ojo reclama, caliente todavía,
cuando lo miras.
Despunta el día.
Cruza un ganado de mil ovejas por el camino
y tienes prisa.
Merodea un buitre sobre tu caballo
entre la niebla.
Pinta mal el día.
Se oye una sirena por la carretera.
Baja seco el pantano,
sube el precio de la gasolina,
elecciones en Honduras.
A lo lejos
vislumbras la tormenta
que se acerca.
¿Qué te empuja?
No lo sabes pero continúas.
Merche Llop. En: Voces del Extremo: poesía y alegría. Ed. La Vorágine, 2022
Fotografía de Carlos Pérez Siquier.
(Fuente: Voces del extremo)
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