jueves, 17 de febrero de 2022

Paulina Vinderman (Buenos Aires, 1944)

 

  / De "Adelaida"



22

Me quedaré junto al tamarindo
hasta que se ponga el sol.
El árbol me dará las palabras, eso si
los pájaros no lo confunden con sus 
voces azules.
Azules como los hematomas de 
esta silencio desatado.
Cuando cierro los ojos sueño que
es invierno y las estrellas fosforecen de frío
como espejos.


27

La tarde se une a mi cansancio.
En Adelaida está hecha de seda. 
Espera la noche como si fuera una caja
de memoria, un vislumbre de cielos
o de patios.
El tamarindo se reclina obediente a mi fábula.
Diosa fragilidad, debo cantarle.
Aquí, donde islote y pluma son la misma cosa.
Un museo de nubes que mis ojos fotografían
como hogueras.

La muerte se hamaca en la plaza, muy cerca,
donde empieza mi orilla.


41

Esta tierra no es la tierra de mis muertos.
¿Me conmovió acaso su nombre de ciudad 
australiana?
¿Su pequeñez que parece vulnerable?
El recuerdo de guerras, su alma desahuciada
como parte de la mía.
No hay tambores de entendimiento
ni diálogos de filosofía.

Si muero antes de regresar, no me repatrien,
que mis huesitos se empapen de esta tierra
hosca y dulce.
Todo está quieto y duerme en el corazón
del fruto.


42

Dije (dijo Blanca Varela), hay un árbol talado
en esta historia.
Hubo 30.000 más en mi bosque país.
Quedó un claro con pequeñas margaritas
de dolor tapizándolo todo.
Imaginé para él un girasol, se dobló
en reverencia.
Imaginé una violeta, se murió de belleza,
Intenté contarlo y hablé de frasquitos
color caramelo, no de pájaros helados
ni de los inmensos lavaderos del sueño.
Estoy cerca, amor oscuro, 
y duermo en las letras de mi bosque
apagando los fósforos con los dedos.
 



Adelaida
,
Aguacero Ediciones,
Buenos Aires, 2020










Foto: Murray Magazine
 
 
(Fuente: Campo de maniobras)

 

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