jueves, 24 de febrero de 2022

Tomás Cohen (Pelluhue, Chile, 1984)

 

/ no insectario 

 













para Mary Anne Müller

1

Un mosquito, trompeta solista con sordina, tras el mosquitero de la ventana. Y dos moscas que se chocan como cuentas de rosario. Y un buitre lejos en el fondo … suma de alas delicadas con zumbido y alas grandes mudas, en mi ración cuadrada de cielo.

Hablaban mientras una mariposa era cercada por avispas. Discutían y una avispa asestaba contra la mariposa. Sin atender el infierno entre el mosquitero y el vidrio, hablaban y la mariposa se sacudía la primera avispa mientras otra la asestaba de nuevo, y no recuerdo lo que hablaban más que no dijeron mordida ni aleteo, solo recuerdo que no hacían más que hablar, y que no hice más que mirar.

 

2
Es difícil no matarte
y en vez decirme mamé de ti
hasta saciarme, el brote de mis dientes
e insultos, lo toleraste; celaste mi vida
más que la tuya. Bebe de vuelta, mamá zancudo,
tu don de sangre; te erigiré la cúpula
colorada de la roncha— querría rezar
al rascarme la picadura. Pero sin cuidado
te barrí por comodidad. Madre,
te he matado siglos de veces.



3

Migajas, casi hostias del porte de una rueda de tractor sobre hormigas que van al trabajo, se sumergen en el metro, vislumbran un amigo y se transmiten, antena contra antena, cuanto atenaza. Fletes, también cortejos funerarios. Tal cual va el rebaño de cualquier ciudad, contándose al sueño.

Rodó soles de estiércol la noche diminuta del escarabajo. Rueda la araña un escarabajo, aceituna en gasa.

La pequeña polilla sobre la pantalla pornográfica, conmovedora sobre las láminas eléctricas que descargo, a mi pesar. Le soplo mi fe— no en su vida siguiente, sino en esta, ya es mi profesora.

 

4

Un poder morirme corretea del rincón
del cuarto hacia mi cama: pienso en los tantos
ojos de la araña, y en que somos tontos, incapaces
de contener su mirada, cuando esta sí contiene
los ocho seres posibles
de una sola y nunca
misma persona.
Si hemos también pendido, congelados en la luz,
tan asustados como peligrosos,
en vez de aplastarnos contra la araña
admirémosla por un momento
en un vaso vacío tapado, por ejemplo, con este libro
y con gesto de “salud” démosla de vuelta,
muerte posible, a la vida. A ver si,

cuando tengamos ocho patas,
nos dejamos de tropezar.

 

5

Porque caminan con el estómago.
Porque crujen, pero saben amar sin rigidez.

Isabel Zapata

 
De ida me crucé con un alacrán: su cuerpo de perlas engarzadas me inspiró respeto y no barrí, miedoso, con su veneno; en esto no hubo esfuerzo, sino comunidad: presentí un poema adelgazarse hasta el grueso aguijón. De vuelta por un sendero frondoso, a paso redoblado con chispas para mi cuaderno de paja y mi libro de trigo, debí detenerme: pedía alojamiento en mi apuro el otro tiempo de un caracol que casi pisé, que me sosegó y demoró a metros de mi portón. Con los ojos cerrados y una mano quieta y plana junto al caracol, aguardé hasta que él montara mi palma y trazara sobre ella su propia frase de baba arcoiris. Fui una piedra tibia y palpitante. Abrí los ojos, empecé a contar a mi alrededor tres, diez caracoles que no veía y que pude haber pisado. Creí escucharlos mientras el paso de uno sobre mi piel evocaba las tiernas mordidas y succiones del amante. Abrí los ojos, retomé el sendero lentamente, entre matices más sutiles de verde, y mi sigilo detuvo a un gato sobre un muro y a un perro tras una reja. Todos nosotros de ojos abiertos.

***

 


Fotografía de Dirk Skiba
Vallejo & Co.
 
 
(Fuente: La comparecencia infinita)

 

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