/ no insectario
para Mary Anne Müller
1
Un
mosquito, trompeta solista con sordina, tras el mosquitero de la
ventana. Y dos moscas que se chocan como cuentas de rosario. Y un buitre
lejos en el fondo … suma de alas delicadas con zumbido y alas grandes
mudas, en mi ración cuadrada de cielo.
Hablaban
mientras una mariposa era cercada por avispas. Discutían y una avispa
asestaba contra la mariposa. Sin atender el infierno entre el mosquitero
y el vidrio, hablaban y la mariposa se sacudía la primera avispa
mientras otra la asestaba de nuevo, y no recuerdo lo que hablaban más
que no dijeron mordida ni aleteo, solo recuerdo que no hacían más que
hablar, y que no hice más que mirar.
2
Es difícil no matarte
y en vez decirme mamé de ti
hasta saciarme, el brote de mis dientes
e insultos, lo toleraste; celaste mi vida
más que la tuya. Bebe de vuelta, mamá zancudo,
tu don de sangre; te erigiré la cúpula
colorada de la roncha— querría rezar
al rascarme la picadura. Pero sin cuidado
te barrí por comodidad. Madre,
te he matado siglos de veces.
3
Migajas,
casi hostias del porte de una rueda de tractor sobre hormigas que van
al trabajo, se sumergen en el metro, vislumbran un amigo y se
transmiten, antena contra antena, cuanto atenaza. Fletes, también
cortejos funerarios. Tal cual va el rebaño de cualquier ciudad,
contándose al sueño.
Rodó soles de estiércol la noche diminuta del escarabajo. Rueda la araña un escarabajo, aceituna en gasa.
La
pequeña polilla sobre la pantalla pornográfica, conmovedora sobre las
láminas eléctricas que descargo, a mi pesar. Le soplo mi fe— no en su
vida siguiente, sino en esta, ya es mi profesora.
4
Un poder morirme corretea del rincón
del cuarto hacia mi cama: pienso en los tantos
ojos de la araña, y en que somos tontos, incapaces
de contener su mirada, cuando esta sí contiene
los ocho seres posibles
de una sola y nunca
misma persona.
Si hemos también pendido, congelados en la luz,
tan asustados como peligrosos,
en vez de aplastarnos contra la araña
admirémosla por un momento
en un vaso vacío tapado, por ejemplo, con este libro
y con gesto de “salud” démosla de vuelta,
muerte posible, a la vida. A ver si,
cuando tengamos ocho patas,
nos dejamos de tropezar.
5
Porque caminan con el estómago.
Porque crujen, pero saben amar sin rigidez.
Isabel Zapata
De
ida me crucé con un alacrán: su cuerpo de perlas engarzadas me inspiró
respeto y no barrí, miedoso, con su veneno; en esto no hubo esfuerzo,
sino comunidad: presentí un poema adelgazarse hasta el grueso aguijón.
De vuelta por un sendero frondoso, a paso redoblado con chispas para mi
cuaderno de paja y mi libro de trigo, debí detenerme: pedía alojamiento
en mi apuro el otro tiempo de un caracol que casi pisé, que me sosegó y
demoró a metros de mi portón. Con los ojos cerrados y una mano quieta y
plana junto al caracol, aguardé hasta que él montara mi palma y trazara
sobre ella su propia frase de baba arcoiris. Fui una piedra tibia y
palpitante. Abrí los ojos, empecé a contar a mi alrededor tres, diez
caracoles que no veía y que pude haber pisado. Creí escucharlos mientras
el paso de uno sobre mi piel evocaba las tiernas mordidas y succiones
del amante. Abrí los ojos, retomé el sendero lentamente, entre matices
más sutiles de verde, y mi sigilo detuvo a un gato sobre un muro y a un
perro tras una reja. Todos nosotros de ojos abiertos.
***
Fotografía de Dirk Skiba
Vallejo & Co.
(Fuente: La comparecencia infinita)
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