sábado, 26 de febrero de 2022

Antonio Gamoneda (España; 1931)

 

De Blues en castellano

 

 

I. Después de veinte años

 

Cuando yo tenía catorce años,
me hacían trabajar hasta muy tarde.
Cuando llegaba a casa, me cogía
la cabeza mi madre entre sus manos.

Yo era un muchacho que amaba el sol y la tierra
y los gritos de mis camaradas en el soto
y las hogueras en la noche
y todas las cosas que dan salud y amistad
y hacen crecer el corazón.

A las cinco del día, en el invierno,
mi madre iba hasta el borde de mi cama
y me llamaba por mi nombre
y acariciaba mi rostro hasta despertarme.

Yo salía a la calle y aún no amanecía
y mis ojos parecían endurecerse con el frío.

Esto no es justo, aunque era hermoso
ir por las calles y escuchar mis pasos
y sentir la noche de los que dormían
y comprenderlos como a un solo ser,
como si descansaran de la misma existencia,
todos en el mismo sueño.

Entraba en el trabajo.
                                   La oficina
olía mal y daba pena.
                                   Luego,
llegaban las mujeres.
                                   Se ponían
 a fregar en silencio.

Veinte años.
                      He sido
escarnecido y olvidado.
Ya no comprendo la noche
ni el canto de los muchachos sobre las praderas.
Y, sin embargo, sé
que algo más grande y más real que yo
hay en mí, va en mis huesos:

Tierra incansable,
                            firma
la paz que sabes.
                             Danos
nuestra existencia a
                                   nosotros
                                   mismos.

 

 

II.Caigo sobre unas manos

 

Cuando no sabía
aún que yo vivía en unas manos,
ellas pasaban sobre mi rostro y mi corazón.

Yo sentía que la noche era dulce
como una leche silenciosa. Y grande.
Mucho más grande que mi vida.
                                                     Madre:
eran tus manos y la noche juntas.
Por eso aquella oscuridad me amaba.

No lo recuerdo pero está conmigo.
Donde yo existo más, en lo olvidado,
están las manos y la noche.
                                                     A veces,
cuando mi cabeza cuelga sobre la tierra
y ya no puedo más y está vacío
el mundo, alguna vez sube el olvido
aún al corazón.
                          Y me arrodillo
a respirar sobre tus manos.
                                            Bajo
y tú escondes mi rostro, y soy pequeño,
y tus manos son grandes, y la noche
viene otra vez, viene otra vez.
                                                  Descanso
de ser hombre, descanso de ser hombre.

 

 

. En: Sílabas negras. Edición de Fernando Gamoneda y Fernando R. de la Flor. Ediciones Universidad de Salamanca, España, 2006.

 

 

(Fuente: Nexos)

 

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