SOUVENIR DE PIRIÁPOLIS
En un móvil usado,
con el cristal partido y la memoria agotada,
allí donde persisten nuestras fotos
de aquel invierno juntos,
en un ataúd de plástico, como un tesoro hundido,
con la única copia del recuerdo,
aún descansan las voces que me enviaste,
las palabras felices
de quien dice «presente» a la distancia,
tan lejos de lo efímero y tan cerca,
todavía, de la piel.
En un aparato descartable
que no fue arrojado a la basura
por instinto ecológico,
que espera encontrar su vertedero
allí donde un empleado público dispuso
el tanatorio de los trastos sin alma,
en un cofre de agenda inaccesible,
aún reposa el perfume de la luz,
los camalotes de un cuadro
que parecen pintados por un artista ciego
para que ese lienzo ocupe un trazo del amor
y un detalle de todo su milagro
se me pueda olvidar.
Yo recuerdo ese puerto en que te quise.
Agitaba sus brazos de madera con siluetas de barcos,
atento, desde el vidrio,
mecido por la brisa como un aplauso azul.
Pero el azar es súbdito del tiempo.
Sus avisos nunca son abstractos.
En la esquina del bar donde me viste
apareció el cartel de una serpiente
y me contaste de aquel gato agonizante
el día en que cambiamos, los dos, de celular.
Quisieron irse juntos.
Se pusieron de acuerdo, también, para romperse.
Y no pudimos hurgar en sus desechos,
volver a las imágenes de espuma,
a su breve simulacro del amor.
Ahora,
que no quedan registros del pasado,
que perdimos el paraíso virtual de los mensajes,
ojalá resucite, un día, en tu memoria
cuando escuches el mar.
En: Principios y continuaciones
Editorial Pre-textos
(Fuente: Papeles de Pablo Müller)
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