lunes, 1 de febrero de 2021

Félix Grande (España, Extremadura, 1937 –Madrid, 2014)

 

La música última

 

 

Se moría de una vez naufragando en redondo
entre cuatro paredes y unas gotas de música:
escuchaba el sonido con tan grave avaricia
que creía morirse despacio, desde lejos.

Quería lamer la música, el son de su existencia
chocando años y años por las peñas del mundo;
quería lamer el dulce estrépito de aquella
vida, que le agredía alejándose en círculos.

Pensar, sufrir y amar eran un mismo espasmo.
Vio rostros: de personas, de ciudades, de ideas.
Atolondrado, quiso perdonar -¿perdonar?-.
… Se apagaba, escuchando la música famélica.

Se le reunían todas sus alucinaciones
en una melodía inexperta y gravísima.
Se le formaba el feto de su cero en el alma,
un cero melancólico, como un brocal sin sombra.

Él, su vida, su historia, su edad, su estilo, todo
devenía cero; era el fino cataclismo,
la gran caries. Y oía unas gotas de música
maravillosa y torpe, anónima y genial.

Se oía nacer, oía las canciones de boda
de sus antepasados remotos, el chirrido
de las camas abuelas, bisabuelas, fundiéndose
en la pasión frenética de la continuidad.

Cerrábanse las puertas, tragaluces, ventanas;
los precintos lo hacían cada vez más recluso;
pronto sería el recluso completo e infi nito;
la cárcel infi nita se cerraba sobre él.

Lamía y lamía aquella música de los astros,
de la tierra y los siglos, de su barrio y su vida,
de su alcoba y su adiós. Se moría lamiendo
la música que sobre su calavera goteaba.

 


De Música amenazada, 1966

 

(Fuente: Poesía de El Toro de Barro)

 

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