A la primavera o de las fábulas antiguas
Para que los celestes daños
restaure el Sol, y para que las albas dolientes
Céfiro avive, donde fugaz esparsa
la grave sombra que desciende de las nubes;
y las aves el pecho indefenso concedan
al viento, y la diurna luz
de amor nuevo deseo, nueva esperanza
penetre en los bosques y entre el follaje
de las vides inciten a las conmovidas fieras;
¿quizá en el cansancio y en el dolor sepultado
regresa a las mentes humanas
la bella edad en la cual la desgracia y la funesta
llama de la verdad se consume
antes de tiempo? U ¿oscurecidos y apagados
para el miserable mortal los rayos de Febo
por la eternidad? y que ¿todavía
la Primavera perfumada inspire y conmueva
este gélido corazón en la flor de sus años
para conocer una vejez amarga?
¿Vives tú, vives, oh santa
Naturaleza? ¿Vives, y el deshabituado oído
de la materna voz el sonido acoges?
Ya de cándidas ninfas son las riveras albergue,
plácido refugio y espejo
fue el líquido de las fuentes. Con danzas arcanas
de inmortal pie se agitaron las ruinas
de los montes, y los escarpados bosques (hoy solitario
nido de vientos): y el pastorcillo que en las sombras
meridianas inciertas, y en el florecido
margen de los ríos conducía
las sedientas corderitas, agudo canto
sonar de agrestes Panes
escuchó a lo largo de la ribera, y vio temblar
la onda, y maravillado, porque invisible a la mirada,
la armada diosa,
descendía por la cálida afluente, y el inmundo
polvo de la sangrienta caza dispersaba
del níveo costado y de los virginales brazos.
En aquel tiempo vivieron las flores y la hierba,
vivieron los bosques. Eran conscientes de la humanidad
las suaves albas, las nubes, y la titania luz,
en aquel entonces desnuda,
tú por playas y montes,
chiprina luz en la desierta noche
con los ojos atentos seguías al viajero,
lo acompañabas en el camino, a ti los mortales
te imaginaron preocupada por sus tristezas. Y si alguien,
huyendo de relaciones corrompidas,
de odios, de humillaciones de la sociedad citadina,
se interna en la profundidad de los bosques,
y estrecha los punzantes troncos al pecho, siente
que una viva llama se agita en las sanguíneas venas,
exhalan las hojas y palpitan secretamente
en el doloroso abrazo
Dafne o la triste Filis, o de Climene,
creyó escuchar llorar a la desconsolada progenie
por aquel Faetonte que se precipitó en el Po.
Ni los crueles vuelcos
de la tristeza humana, ni los fúnebres lamentos
los conmovieron, hasta que estallaron
en los montes, y la solitaria Eco habitó vuestros recónditos y
tenebrosos parajes, quien no fue un efecto engañoso de los vientos,
sino un desventurado espíritu de ninfa
cuyo grave amor, cuyo cruel destino despojó
de su frágil cuerpo. Ella por grutas,
por escollos desnudos y desolados parajes
repetía a la esfera celeste
nuestras conocidas tristezas,
nuestros lamentos. Y tú ruiseñor que
entre las copas del bosque
cantas y anuncias la llegada del año naciente,
la fama dijo que eras experto conocedor de las desgracias humanas,
y que te lamentas en lo alto
del ocio de los campos, del viento silencioso y triste;
de daños antiguos y de nefanda venganza,
de aquel día que palideció por la piedad y la ira.
Pero tu género y el nuestro
son distintos, tus diversas notas
no forman dolor, y a ti, privado de culpa,
menos querido por nosotros, entre la oscuridad te esconde el valle.
¡Ah, ah! Después de que las estancias del Olimpo
quedaron desoladas, y ciego el trueno
por tenebrosas nubes y por montañas vaga,
y de igual manera a los inicuos e inocentes pechos
en frío horror disuelve; y luego que la tierra
extraña e indiferente a los hombres,
acrecienta las almas infelices;
tú, alegre Naturaleza escucha
los infelices tormentos y el injusto destino
de los mortales, y restituye
a mi espíritu la antigua llama iridiscente;
si tú ahora vives, y si de nuestras tristezas
tiene algún indicio el cielo, si en la luminosa
tierra las acoges o en el marino pecho,
si piadosa no, espectadora al menos.
Alla primavera, o delle favole antiche
Perché i celesti danni
ristori il Sole, e perché l’aure inferme
Zefiro avvivi, onde fugata e sparta
delle nubi la grave ombra s’avvalla;
credano il petto inerme
gli augelli al vento, e la diurna luce
novo d’amor desio, nova speranza
ne’ penetrati boschi e fra le sciolte
pruine induca alle commosse belve;
forse alle stanche e nel dolor sepolte
umane menti riede
la bella etá, cui la sciagura e l’atra
face del ver consunse
innanzi tempo? Ottenebrati e spenti
di Febo i raggi al misero non sono
in sempiterno? ed anco,
Primavera odorata, inspiri e tenti
questo gelido cor, questo ch’amara,
nel fior degli anni suoi, vecchiezza impara?
Vivi tu, vivi, o santa
Natura? vivi, e il dissueto orecchio
della materna voce il suono accoglie?
Giá di candide ninfe i rivi albergo,
placido albergo e specchio
fûro i liquidi fonti. Arcane danze
d’immortal piede i ruinosi gioghi
scossero e l’ardue selve (oggi romito
nido de’ venti): e il pastorel ch’all’ombre
meridiane incerte, ed al fiorito
margo adducea de’ fiumi
le sitibonde agnelle, arguto carme
sonar d’agresti Pani
udí lungo le ripe, e tremar l’onda
vide, e stupí, ché, non palese al guardo,
la faretrata diva
scendea ne’ caldi flutti, e dall’immonda
polve tergea della sanguigna caccia
il niveo lato e le verginee braccia.
Vissero i fiori e l’erbe,
vissero i boschi un dí. Conscie le molli
aure, le nubi e la titania lampa
fûr dell’umana gente, allor che ignuda
te per le piagge e i colli,
ciprigna luce, alla deserta notte
con gli occhi intenti il viator seguendo,
te compagna alla via, te de’ mortali
pensosa immaginò. Che se, gl’impuri
cittadini consorzi e le fatali
ire fuggendo e l’onte,
gl’ispidi tronchi al petto altri nell’ime
selve remoto accolse,
viva fiamma agitar l’esangui vene,
spirar le foglie, e palpitar segreta
nel doloroso amplesso
Dafne o la mesta Filli, o di Climene
pianger credé la sconsolata prole
quel che sommerse in Eridano il Sole.
Né dell’umano affanno,
rigide balze, i luttuosi accenti
voi negletti ferîr, mentre le vostre
paurose latèbre Eco solinga,
non vano error de’ venti,
ma di ninfa abitò misero spirto,
cui grave amor, cui duro fato escluse
delle tenere membra. Ella per grotte,
per nudi scogli e desolati alberghi,
le non ignote ambasce e l’alte e rotte
nostre querele al curvo
Etra insegnava. E te d’umani evento
disse la fama esperto,
musico augel, che tra chiomato bosco
or vieni il rinascente anno cantando,
e lamentar nell’alto
ozio de’ campi, all’aer muto e fosco,
antichi danni e scellerato scorno,
e d’ira e di pietá pallido il giorno.
Ma non cognato al nostro
il gener tuo; quelle tue varie note
dolor non forma, e te, di colpa ignudo,
men caro assai la bruna valle asconde.
Ahi, ahi! poscia che vòte
son le stanze d’Olimpo, e cieco il tuono,
per l’atre nubi e le montagne errando,
gl’iniqui petti e gl’innocenti a paro
in freddo orror dissolve; e poi ch’estrano
il suol nativo, e di sua prole ignaro,
le meste anime edúca;
tu le cure infelici e i fati indegni,
tu de’ mortali ascolta,
vaga Natura, e la favilla antica
rendi allo spirto mio; se tu pur vivi,
e se de’ nostri affanni
cosa veruna in ciel, se nell’aprica
terra s’alberga o nell’equoreo seno,
pietosa no, ma spettatrice almen.
Trad. Victoria Montemayor Galicia
(Fuente: Círculo de poesía)
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