martes, 23 de febrero de 2021

Giacomo Leopardi (Italia, 1798 - 1837)

 

 

A la primavera o de las fábulas antiguas

 

Para que los celestes daños

restaure el Sol, y para que las albas dolientes

Céfiro avive, donde fugaz esparsa

la grave sombra que desciende de las nubes;

y las aves el pecho indefenso concedan

al viento, y la diurna luz

de amor nuevo deseo, nueva esperanza

penetre en los bosques y entre el follaje

de las vides inciten a las conmovidas fieras;

¿quizá en el cansancio y en el dolor sepultado

regresa a las mentes humanas

la bella edad en la cual la desgracia y la funesta

llama de la verdad se consume

antes de tiempo? U ¿oscurecidos y apagados

para el miserable mortal los rayos de Febo

por la eternidad? y que ¿todavía

la Primavera perfumada inspire y conmueva

este gélido corazón en la flor de sus años

para conocer una vejez amarga?

¿Vives tú, vives, oh santa

Naturaleza? ¿Vives, y el deshabituado oído

de la materna voz el sonido acoges?

Ya de cándidas ninfas son las riveras albergue,

plácido refugio y espejo

fue el líquido de las fuentes. Con danzas arcanas 

de inmortal pie se agitaron las ruinas 

de los montes, y los escarpados bosques (hoy solitario 

nido de vientos): y el pastorcillo que en las sombras

meridianas inciertas, y en el florecido

margen de los ríos conducía

las sedientas corderitas, agudo canto

sonar de agrestes Panes

escuchó a lo largo de la ribera, y vio temblar

la onda, y maravillado, porque invisible a la mirada,

la armada diosa,

descendía por la cálida afluente, y el inmundo

polvo de la sangrienta caza dispersaba

del níveo costado y de los virginales brazos.

En aquel tiempo vivieron las flores y la hierba,

vivieron los bosques. Eran conscientes de la humanidad

las suaves albas, las nubes, y la titania luz,

en aquel entonces desnuda,

tú por playas y montes,

chiprina luz en la desierta noche

con los ojos atentos seguías al viajero,

lo acompañabas en el camino, a ti los mortales

te imaginaron preocupada por sus tristezas. Y si alguien,

huyendo de relaciones corrompidas,

de odios, de humillaciones de la sociedad citadina,

se interna en la profundidad de los bosques,

y estrecha los punzantes troncos al pecho, siente

que una viva llama se agita en las sanguíneas venas,

exhalan las hojas y palpitan secretamente

en el doloroso abrazo

Dafne o la triste Filis, o de Climene,

creyó escuchar llorar a la desconsolada progenie

por aquel Faetonte que se precipitó en el Po.

Ni los crueles vuelcos

de la tristeza humana, ni los fúnebres lamentos 

los conmovieron, hasta que estallaron

en los montes, y la solitaria Eco habitó vuestros recónditos y

tenebrosos parajes, quien no fue un efecto engañoso de los vientos,

sino un desventurado espíritu de ninfa

cuyo grave amor, cuyo cruel destino despojó

de su frágil cuerpo. Ella por grutas,

por escollos desnudos y desolados parajes

repetía a la esfera celeste

nuestras conocidas tristezas,

nuestros lamentos. Y tú ruiseñor que

entre las copas del bosque

cantas y anuncias la llegada del año naciente,

la fama dijo que eras experto conocedor de las desgracias humanas,

y que te lamentas en lo alto

del ocio de los campos, del viento silencioso y triste;

de daños antiguos y de nefanda venganza,

de aquel día que palideció por la piedad y la ira.

Pero tu género y el nuestro

son distintos, tus diversas notas

no forman dolor, y a ti, privado de culpa,

menos querido por nosotros, entre la oscuridad te esconde el valle.

¡Ah, ah! Después de que las estancias del Olimpo

quedaron desoladas, y ciego el trueno

por tenebrosas nubes y por montañas vaga,

y de igual manera a los inicuos e inocentes pechos

en frío horror disuelve; y luego que la tierra

extraña e indiferente a los hombres,

acrecienta las almas infelices;

tú, alegre Naturaleza escucha

los infelices tormentos y el injusto destino

de los mortales, y restituye

a mi espíritu la antigua llama iridiscente;

si tú ahora vives, y si de nuestras tristezas

tiene algún indicio el cielo, si en la luminosa

tierra las acoges o en el marino pecho,

si piadosa no, espectadora al menos.

 

 

 

Alla primavera, o delle favole antiche

 

Perché i celesti danni

ristori il Sole, e perché l’aure inferme

Zefiro avvivi, onde fugata e sparta

delle nubi la grave ombra s’avvalla;

credano il petto inerme

gli augelli al vento, e la diurna luce

novo d’amor desio, nova speranza

ne’ penetrati boschi e fra le sciolte

pruine induca alle commosse belve;

forse alle stanche e nel dolor sepolte

umane menti riede

la bella etá, cui la sciagura e l’atra

face del ver consunse

innanzi tempo? Ottenebrati e spenti

di Febo i raggi al misero non sono

in sempiterno? ed anco,

Primavera odorata, inspiri e tenti

questo gelido cor, questo ch’amara,

nel fior degli anni suoi, vecchiezza impara?

Vivi tu, vivi, o santa

Natura? vivi, e il dissueto orecchio

della materna voce il suono accoglie?

Giá di candide ninfe i rivi albergo,

placido albergo e specchio

fûro i liquidi fonti. Arcane danze

d’immortal piede i ruinosi gioghi

scossero e l’ardue selve (oggi romito

nido de’ venti): e il pastorel ch’all’ombre

meridiane incerte, ed al fiorito

margo adducea de’ fiumi

le sitibonde agnelle, arguto carme

sonar d’agresti Pani

udí lungo le ripe, e tremar l’onda

vide, e stupí, ché, non palese al guardo,

la faretrata diva

scendea ne’ caldi flutti, e dall’immonda

polve tergea della sanguigna caccia

il niveo lato e le verginee braccia.

Vissero i fiori e l’erbe,

vissero i boschi un dí. Conscie le molli

aure, le nubi e la titania lampa

fûr dell’umana gente, allor che ignuda

te per le piagge e i colli,

ciprigna luce, alla deserta notte

con gli occhi intenti il viator seguendo,

te compagna alla via, te de’ mortali

pensosa immaginò. Che se, gl’impuri

cittadini consorzi e le fatali

ire fuggendo e l’onte,

gl’ispidi tronchi al petto altri nell’ime

selve remoto accolse,

viva fiamma agitar l’esangui vene,

spirar le foglie, e palpitar segreta

nel doloroso amplesso

Dafne o la mesta Filli, o di Climene

pianger credé la sconsolata prole

quel che sommerse in Eridano il Sole.

Né dell’umano affanno,

rigide balze, i luttuosi accenti

voi negletti ferîr, mentre le vostre

paurose latèbre Eco solinga,

non vano error de’ venti,

ma di ninfa abitò misero spirto,

cui grave amor, cui duro fato escluse

delle tenere membra. Ella per grotte,

per nudi scogli e desolati alberghi,

le non ignote ambasce e l’alte e rotte

nostre querele al curvo

Etra insegnava. E te d’umani evento

disse la fama esperto,

musico augel, che tra chiomato bosco

or vieni il rinascente anno cantando,

e lamentar nell’alto

ozio de’ campi, all’aer muto e fosco,

antichi danni e scellerato scorno,

e d’ira e di pietá pallido il giorno.

Ma non cognato al nostro

il gener tuo; quelle tue varie note

dolor non forma, e te, di colpa ignudo,

men caro assai la bruna valle asconde.

Ahi, ahi! poscia che vòte

son le stanze d’Olimpo, e cieco il tuono,

per l’atre nubi e le montagne errando,

gl’iniqui petti e gl’innocenti a paro

in freddo orror dissolve; e poi ch’estrano

il suol nativo, e di sua prole ignaro,

le meste anime edúca;

tu le cure infelici e i fati indegni,

tu de’ mortali ascolta,

vaga Natura, e la favilla antica

rendi allo spirto mio; se tu pur vivi,

e se de’ nostri affanni

cosa veruna in ciel, se nell’aprica

terra s’alberga o nell’equoreo seno,

pietosa no, ma spettatrice almen.

 

 

Trad. Victoria Montemayor Galicia


(Fuente: Círculo de poesía)


 

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