Nuestro nombre es cuerpos para la caza...
cuerpos para la caza, así nos llaman
Nada más que alimento transitando
un bosque caducifolio
entregados al viento
digo desviarnos y esperar al término
de la guerra, un campo final de girasoles
quemados
en este lugar teníamos la costumbre
de cortarle la cabeza
al rey, señor
Vibra la estación que nos envuelve
ningún abismo hay frente
a los árboles
este quizás sea quizás
un bosque infinito
eterno en su caída invisible
Cuerpos para la caza
que nos extendemos y ya perdimos
cualquier noción y la vista
que fuimos ofrecidos a los confines
de la niebla
un lugar con propiedad
el dominio de este coto es
para lo que trabajamos
él es la división para
la que trabajamos
con nombre y sombras se encadenan
la piel, el fondo de los inviernos
la última gota de una pieza vacuna
sobre la mesa, sobre el bosque
Termidor en los cuerpos que brotan
de la voz sin voz cuando muere agudo
de ese animal
Dicen y sobre el mármol descansa
la carne en un cuero que bebe de ella
Escriben:
produciremos en el corazón
entraremos en los campos
en la caída invisible del bosque
para que las sombras sostengan el corazón
sostengan los campos
sostengan todas las caídas
y conserven aún su trazado
estas fragas que son atlas para la
caza
Así se dictan las súplicas
en un lugar equivocado:
el tiempo progresa contra
nuestras manos haciéndolas
irreconocibles a los ojos
a los ojos de nuestras manos
los que llevamos dentro
a nuestros propios pájaros de luz
Oriana Méndez en O que precede a caída é branco (2015), incluido en Nayagua. Revista de poesía (nº 23, febrero de 2016, Fundación Centro de Poesía José Hierro, Getafe).
(Fuente: Asamblea de palabras)
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