jueves, 30 de enero de 2020

Gabriela Kizer (Venezuela, 1964)


Mi primer novio solía llevarme al cementerio
para hacerse más liviana la compañía de su madre.
Mi primer amante solía llevarme al cementerio
para hacerse más liviana mi compañía.
Mi primer marido solía llevarme al cementerio
sin ninguna razón aparente.
Mi segundo amante manifestó siempre inconformidad
ante mi negativa de hacerle mantenimiento
a su sepulcro predilecto
desde la infancia.
Mi tercer amante enfureció y me llamó puritana
por no haber querido hacer el amor
sobre la losa de la que fuera su mujer.
Mi cuarto amante me echó de la casa tildándome de puta
mientras gritaba delante de toda la vecindad
que yo pertenecía a un tipo de mujeres
que debían haber nacido muertas.
Mi quinto amante jamás pudo comprender
que tuviese que dejarlo con urgencia
al enterarme de que invertía su dinero sobrante
en parcelas equidistantes e iguales.
Sé que aún hoy mantiene la sospecha de algún motivo oculto
y sigue expandiendo sus propiedades por diversos camposantos.
Supongo que yo también mantengo la sospecha de algún motivo oculto
que me ha llevado a heredar una casa propia,
un buen sofá y una habitación pequeña
donde a veces suelo preguntarme por qué los hombres
persisten en buscar mujeres vivas.




(Fuente: La Parada Poética)

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