miércoles, 1 de enero de 2020
Hugo Abalde (Buenos Aires, 1957)
música para catedrales
en su estable dinamia
una emoción adquiere geometría
con puertas historiadas, con arcos apuntados,
con nervios diagonales en las cúpulas
revelan el misterio a miles de iletrados
traslúcidas vidrieras fabricadas
con arenas, con sales, con cenizas
coloreadas con óxidos
de hierros y de cobres y cobaltos
los arbotantes de
la razón analítica y seglar
sostienen una fe, la elevan con
sus torres con pináculos y agujas
y acústica en sus naves y cruceros
de euritmias, armonías, contrapuntos:
diversas voces de
una misma dulzura en su liturgia…
pero en las catedrales musicales
el mendigo del atrio tiene el rostro
del Jesucristo que sufre en el ábside
ca va
y mientras el canónigo
montaba a mi vecina
por un queso, por leña o por carbón,
tuve el honor del hambre,
la cortesía de una muerte en vida,
mi carne vestía trapos
y mis tripas ladraban:
por el hambre los lobos se hacen perros
y su aullido hizo que
cantase el nacimiento de princesas
o muriese de sed frente a una fuente…
no sé si ya les dije
que mi dama era el hambre, amante fiel:
comía como come el comediante,
a veces carnaval y pascuas casi siempre
los curas de parroquia
eran (son) informantes
de guardianes del orden:
mi daga impactó en el
comisario real,
llegó a sus blandas vísceras, confieso:
fue por los estudiantes
matados por esbirros
en la calle del harpa;
fue por collin, regnier, estrangulados
en el gibet de montfaucon;
y fue por mí, por mí,
porque me confesaron
en húmedas mazmorras de tortura:
voy a freír la lengua del traidor,
voy a freír la lengua del traidor
y a comerla sin sal y sin pimienta
cae nieve y mi esqueleto
busca un lugar caliente y apacible,
pues se es pobre en verano,
miserable en invierno:
yo cierro el puño contra
el permanente carnaval del rico
y la cuaresma eterna de los pobres
como siempre, en mis calles,
se reza en las iglesias,
se chilla en los burdeles,
pero quien no era más que un joven tonto,
hoy es un viejo idiota,
irredimible
con sermones, en púlpitos,
miserables elogian la miseria,
pierden el tiempo en sus eternidades:
los diablos tienen garras de arzobispos,
y es por amor a cristo
que odio a los pontífices
dispensadores de
mil bulas de indulgencias
a quienes juegan con dados cargados,
a los que duermen en blando edredón:
piadosos usureros,
incircuncisos y circuncidados,
la misma mierda con distintas moscas:
los especuladores
del precio de la harina y de la sal,
del vino y de las velas:
los que vendieron pólvora al inglés
mientras carbonizaban
a la virgen d´ Orleans
aquí, en nuestro albergue,
ythier, guillaume, juegan al glic, discuten,
y es la séptima vez, en esta noche,
que mi margot se enjuaga la vagina
salvé mi piel, al menos, un mes más:
sé que a mi cuello se le va a ceñir
con una soga gruesa
y que no va a ignorar el peso de mi culo:
sé que mis ojos van a ser vaciados
por el pico de urracas y de cuervos
pero,
entretanto,
escribo
mientras cae nieve y la campana tañe:
antes de que la tinta se congele,
consigno a quien concierna:
no soy sólo un ladrón y un asesino
que vive del trabajo de una puta:
yo soy alguien peor,
soy un poeta
(Fuente: Caína bella)
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