El amor en visita
Dame una joven mujer con su arpa de sombra
y su arbusto de sangre. Con ella
encantaré la noche.
Dame una hoja viva de hierba, una mujer.
Sus hombros besar, la piedra pequeña
de la sonrisa de un momento.
Mujer casi increada, pero con la gravedad
de dos senos, con el peso lúbrico y triste
de la boca. Sus hombros besaré.
Cantar? Largamente cantar.
Una mujer con quien beber y morir.
Cuando fuera se abre el instinto de la noche y un ave
al atravesar traspasado por un grito marítimo
y el pan es invadido por las olas,
su cuerpo arderá mansamente bajo mis ojos palpitantes.
Él – imagen vertiginosa y alta de un cierto pensamiento
de alegría y de impudor.
Su cuerpo arderá para mí
sobre una sábana mordida por flores con agua.
En cada mujer existe una muerte silenciosa.
Y mientras el dorso imagina, bajo los dedos,
los bordenes de la melodía,
la muerte sube por los dedos, navega la sangre,
se deshace en embriaguez dentro del corazón hambriento.
– Oh cabra en el viento y en el brezo, mujer desnuda bajo
las manos, mujer de vientre escarlata donde la sal pone el espíritu,
mujer de pies en blanco, transportadora
de la muerte y de la alegría.
Dame una mujer tan nueva como la resina
y el olor de la tierra.
Con una flecha en mi flanco, cantaré.
Y mientras mana de mi carne una vid de sangre,
cantaré su sonrisa ardiendo
sus mamas de pura sustancia,
la curva caliente de los cabellos.
Beberé su boca, para luego cantar la muerte
y la alegría de la muerte.
Dame un torso doblado por la música, un ligero
cuello de planta,
donde una llama empieza a florecer el espíritu.
A la altura de su cara se moverán las aguas,
dentro de su cara estará la piedra de la noche.
– Entonces cantaré la exaltante alegría de la muerte.
No siempre me incendian el despertar de las hierbas y la estrella
despeñada de su órbita viva.
– Pero tú siempre me incendias.
Olvido el arbusto impregnado de silencio diurno, la noche
imagen punzante
con su dios aplastado y ascendido.
– Pero no te olvidan mis corazones de sal y de blandura.
Entonta mi aliento con la sombra,
tu boca penetra mi voz como la espada
se pierde en el arco.
Y cuando enfria la madre en su distancia amarga, la luna
se marchita, el paisaje regresa al vientre, el tiempo
se desfibra – invento para ti la música, la locura
y el mar.
Toco el peso de tu vida: la carne que fulge, la sonrisa,
la inspiración.
Y sé que cercaste los pensamientos con la mesa y el arpa.
Voy hacia ti con la belleza oculta,
el cuerpo iluminado por las grandes luces.
Digo: yo soy la belleza, su cara y su duración. Tus ojos
se transfiguran, tus manos descubren
la sombra de mi cara. Agarro tu cabeza
áspera y luminosa, y digo: ¿oyes, mi amor ?, yo soy
lo que se espera para las cosas, para el tiempo –
yo soy la belleza.
Entera, tu vida lo desea. Para mí se alzan
tus ojos de lejos. Tú me duras en mi velada
belleza.
Entonces me siento a tu mesa. Porque es de ti
que me viene el fuego.
No hay gesto o verdad donde no dormiesen
tu noche y locura,
no hay vendimia o agua
en que no estuvieses posando el silencio creador.
Digo: mira, es el mar y la isla de los mitos
originales.
Tú me das tu mesa, develas en la vastedad de la tierra
la carne trascendental. Y en ti
comienzan el mar y el mundo.
Mi memoria pierde en su espuma
el signo y la viña.
Plantas, animales, aguas crecieron como religión
sobre la vida – y yo en eso gasté
mi frágil instante. sin embargo
tu silencio de fuego y leche restablece la fuerza
maternal, y todo circula entre tu soplo
y tu amor. Las cosas nacen de ti
como las lunas nacen de los campos fecundos,
los instantes empiezan de tu ofrenda
como las guitarras sacan su inicio de la música nocturna.
Más inocente que los árboles, más amplia
que la piedra y la muerte,
la carne crece en su espíritu ciego y abstracto,
colorea la aurora pobre
insiste en la violencia contra la inmovilidad acuática.
Y los astros quiébranse en la luz sobre
las casas, la ciudad arrebátase,
los animales yerguen sus ojos dementes,
arde la madera – para que todo cante
por tu poder cerrado.
Con mi cara llena de tu espanto y belleza,
yo sé cuánto es el íntimo pudor
y el agua inicial de otros sentidos.
Comienza el tiempo donde la mujer comienza,
es su carne que del minuto oscuro y muerto
se devuelve a la luz.
En la muerte fermenta el vino, y la promesa tiñe los párpados
con una imagen.
Espero el tiempo con la cara espantada junto a tu pecho
de sal y de silencio, concibo para mi serenidad
una idea de piedra y de blancura.
Eres tú que me aceptas en tu sonrisa, que oyes,
que te alimentas de deseos puros.
Y se une al viento el espíritu, escasea la aureola,
la sombra canta bajo.
Comienza el tiempo en que la boca se deshace en la luna,
donde la belleza que transportas como un peso arduo
se rompe en gloria junto a mi flanco
martirizado y vivo.
– Para consagración de la noche erguiré un violín,
besaré tus manos fecundas, y a la madrugada
daré mi voz confundida con la tuya.
Oh teoría de instintos, don de inocencia,
taza para beber junto a la perturbada intimidad
en que me acoges.
Comienza el tiempo en la insoportable ternura
con que te adivino, el tiempo donde
el vario dolor envuelve el barro y la estrella, donde
el encanto conecta el ave al trébol. Y en su medida
ingenua y cara, lo que presiente el corazón
engasta su contorno de fuego a lo lejos.
Bueno será el tiempo, bueno será el espíritu,
buena será nuestra carne presa y morosa.
– Comienza el tiempo donde se une la vida
a nuestra breve vida.
Estás profundamente en la piedra y la piedra en mí, oh urna
salina, imagen cerrada en su fuerza y agudeza.
Y lo que se pierde de ti, como espíritu de música debilitada
en torno a las violas, la muerte que no beso,
la hierba incendiada que se derrama en la íntima noche
– lo que se pierde de ti, mi voz lo renueva
en un estilo de plata viva.
Cuando el fruto excita un instante la eternidad
entera, estoy en el fruto como sol
y desecha piedra, y tú eres el silencio, la cerrada
matriz de zumo y vivo gusto.
– Y las aves mueren para nosotros, las luminosas cálices
de las nubes florecen, la resina tiñe
la estrella, el aroma aleja el barro rojo de la mañana.
Y estás en mí como la flor en la idea
y el libro en el espacio triste.
Si te aprendiesen mis manos, forma del viento
en la cebada pura, de ti vendrían llenas
mis manos sin nada. Si una vida durmiese
en mi espuma,
¿qué frescura indecisa quedaría en mi sonrisa?
– Pero eres tú quien te moverás en la materia
de mi boca, y serás un árbol
durmiendo y despertando donde existe mi sangre.
Besar tus ojos será morir por la esperanza.
Ver en el aro de fuego de una entrega
tu carne de vino devastada por el espíritu de Dios
será crearte para luz de mis pulsos e instante
de mi perpetuo instante.
– Debo rasgar mi cara para que tu cara
se llene de un minuto sobrenatural,
debo murmurar cada cosa del mundo
hasta que seas el incendio de mi voz.
Las aguas que un día nacieron donde marcaste el peso
joven de la carne aspiran largamente
nuestra vida. Las sombras que rodean
el éxtasis, los animales que llevan al final del instinto
su bárbaro fulgor, el rostro divino
impreso en el lodo, la casa muerta, la montaña
inspirada, el mar, los centauros
del crepúsculo
– aspiran largamente nuestra vida.
Por eso es que estamos muriendo en la boca
uno del otro. Por eso es que
nos deshacemos en el arco del verano, en el pensamiento
de la brisa, en la sonrisa, en el pescado,
en el cubo, en el lino,
en el mosto abierto
– en el amor más terrible que la vida.
Beso el escalón y el espacio. Mi deseo trae
el perfume de tu noche.
Murmuro tus cabellos y tu vientre, la más desnuda
y blanca de las mujeres. Corren en mí el sello
y el alcanfor, descubro tus manos, se alza tu boca
al círculo de mi ardiente pensamiento.
¿Dónde está el mar? Aves ebrias y puras que vuelan
sobre tu sonrisa inmensa.
En cada espasmo moriré contigo.
Y pido al viento: trae del espacio la luz inocente
de los brezos, un silencio, una palabra;
trae de la montaña un pájaro de resina, una luna
bermella.
Oh amados caballos con flor de retama en los ojos nuevos,
casa de madera de la meseta,
los ríos imaginados,
espadas, danzas, supersticiones, cánticos, cosas
maravillosas de la noche. Oh mi amor,
en cada espasmo moriré contigo.
De mi reciente corazón la vida entera sube,
el pueblo renace,
el tiempo gana el alma. Mi deseo devora
la flor del vino, envuelve tus caderas con una espuma
de crepúsculos y cráteres.
¡Oh pensada corola de lino, mujer que el hambre
encanta por la noche equilibrada, imponderable —
en cada espasmo yo moriré contigo.
Y a la alegría diurna abro las manos. se pierde
entre la nube y el arbusto el olor acre y puro
de tu entrega. Los animales se inclinan
dentro del sueño, se levantan rosas respirando
contra el aire. Tu voz canta
el huerto y el agua – y yo camino por las calles frías con
el lento deseo de tu cuerpo.
Besaré en ti la vida enorme, y en cada espasmo
yo moriré contigo.
(Fuente: El hombre aproximativo)
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