jueves, 3 de febrero de 2022

Horacio Castillo (h) (La Plata, Argentina, 1968)

 


 

 

HC
 
En la intimidad de mí mismo soy un caso perdido,
un yo destartalado, sin repuestos ni mecánica que lo arregle.
Sufro de vicios líricos y lugares comunes,
cierta pátina de la derrota puede llegar a hacerse notoria,
pero aun así, tengo algunos gramos de confianza
y me sumerjo en la playa del mundo
como si se tratara de una purificación.
Si esto es algo loable, no estoy muy seguro,
se me impone más allá de mi voluntad,
no soy yo quien comanda la nave.
Sólo es una fe en liquidación,
un malentendido.


 
 
Diagnóstico: lirismo
 
Últimamente he notado ciertos disturbios en mis pensamientos:
no logro entender mi yo, es refractario a la comprensión.
El soma ha enviado discretas señales de inestabilidad
frente a las cuales armé un compacto dispositivo
de premisas metafísicas y religiosas,
pero se cayeron a pedazos con la primera sudestada.
¿Qué debo hacer en esta encrucijada de la mente?
No puedo escapar de mí mismo,
ni abandonar este cuerpo para unirme a una bandada de pájaros
que migran hacia un horizonte incierto.
Tampoco puedo abandonar esta conciencia aturdida,
camino a la metástasis de la fe en algo,
ni sepultarla en el terreno baldío de la esquina.
El mundo está demasiado sólido
para los ecos de esta mente en retroceso.
 
 
A nivel del lenguaje
 
Confieso que no he podido atravesar las barreras del lenguaje
y desde la estación veo alejarse las vanguardias a toda velocidad.
Mi reloj poético atrasa
y no acierto con el pulso de este tiempo,
además, tengo problemas cervicales,
marcadores oncológicos que controlar
y deudas impagables con el cosmos y el Estado.
Disculpen, se me escapa la realidad poética.
Estoy limitado a pequeñas cosas,
asuntos de baja intensidad,
escaramuzas de la mente.
 
 
Debe haber algo
 
¿El miedo es una premonición?
¿O sólo es el estallido de la farsa?
Soy el dueño de mi temor,
que cree en una fe en la que no cree,
que se resiste a lo obvio,
a lo impredecible, a lo predecible,
a lo que llegará de todos modos.
Algo es inminente, pero no sé qué es.
Buena suerte, cuerpo,
esperaré en la encrucijada.
 
 
Pichones

 A Pablo G.

 Cuando te vi en el patio de la escuela,
como esos pichones que la tormenta arroja
en las puertas de las casas,
quise –y te confieso que sin saberlo–
envolverte en mis manos.
Pero más que eso, era el reflejo,
el espejo de mi propio miedo:
salvándote, me salvaba.
Si eso era posible,
en ese mundo que alguna vez habitamos
y que ya no existe, no lo sé.
Pero intuyo que de algún modo
todavía seguimos siendo esos pichones
arrojados por alguna tormenta en la puerta de una casa.
 
 
Santiago
 
Desde esta ventana, como en trance, observo la cordillera azul.
Más allá, detrás, mi país, la tierra, la sangre.
Abajo, al alcance de un suicidio, el río Mapocho
con sus aguas amarronadas, sucias como el Río de la Plata,
repleto de perros agónicos y espantados.
Me doy vuelta, quizás interrumpido por un sonido o un llanto
y la muerte se aparta por un instante, derrotada.
Santiago duerme, quietito, tibio,
indiferente al pulso del tiempo.
Lo contemplo con la misma serenidad con que observo la cordillera,
como esperando si más allá de él, de mí, de las montañas,
algo hablara por nosotros y nos dijera quiénes somos, dónde estamos,
por qué.
 
 
Fishing in the Brown River
 
Hace frío y algunos corderitos rizan el agua.
El bote garetea al ritmo de la corriente
y allá lejos, un carguero entra por la boca del canal.
Las boyas flotan en la superficie opaca del río,
pero no pasa nada, ni el tiempo,
ni la desesperación de estar solo conmigo mismo.
Miro las mojarras que se oxigenan en la bolsa de plástico
mientras yo me asfixio con mis pensamientos:
Metafísica de los peces, de la pesca,
de la Nada inminente.
Nada de qué preocuparse,
sólo asuntos inconclusos, fracasos personales,
divagaciones propicias en las horas sin viento.
Hago silencio en busca de las flechas de plata
y floto con mi soledad
como esas boyitas inmóviles en la superficie del río.
 
 
Poética
 
Comprenderán que esta fuerza no puede dominarse:
como una palada de tierra arrojada a las nubes,
como lava que sale de abajo de la tierra para calcinarlo todo.
Pero estas palabras, ¿qué dicen?
¿qué quieren, maldita sea?
Quizás nunca lo sabremos
porque de donde vienen todo está perdido,
se ha prendido fuego, se ha consumido hace años,
sólo son ruidos que entran por la ventana de mi cabeza,
como ladridos de perro.


 
Fuente: Las tumbas del yo, libro inédito. Gentileza de Horacio Castillo (h).


 
Horacio Castillo (h) nació en La Plata en 1968. Es psicoanalista egresado de la Universidad Nacional de La Plata. En 2016, Ediciones El Mono Armado dio a conocer su primer libro de poesía: Ánima cruda. Actualmente, cuenta con varios poemarios inéditos; entre ellos, Las tumbas del yo, que será publicado en poco tiempo más.
 
Foto: Horacio Castillo (h). Fuente: gentileza de Horacio Castillo (h).

 

(Fuente: Los poetas no van al cielo)

 

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