HC
En la intimidad de mí
mismo soy un caso perdido,
un yo destartalado,
sin repuestos ni mecánica que lo arregle.
Sufro de vicios
líricos y lugares comunes,
cierta pátina de la
derrota puede llegar a hacerse notoria,
pero aun así, tengo
algunos gramos de confianza
y me sumerjo en la
playa del mundo
como si se tratara de
una purificación.
Si esto es algo
loable, no estoy muy seguro,
se me impone más allá
de mi voluntad,
no soy yo quien
comanda la nave.
Sólo es una fe en
liquidación,
un malentendido.
Diagnóstico: lirismo
Últimamente he notado
ciertos disturbios en mis pensamientos:
no logro entender mi
yo, es refractario a la comprensión.
El soma ha enviado
discretas señales de inestabilidad
frente a las cuales
armé un compacto dispositivo
de premisas
metafísicas y religiosas,
pero se cayeron a
pedazos con la primera sudestada.
¿Qué debo hacer en
esta encrucijada de la mente?
No puedo escapar de mí
mismo,
ni abandonar este
cuerpo para unirme a una bandada de pájaros
que migran hacia un
horizonte incierto.
Tampoco puedo
abandonar esta conciencia aturdida,
camino a la metástasis
de la fe en algo,
ni sepultarla en el
terreno baldío de la esquina.
El mundo está
demasiado sólido
para los ecos de esta
mente en retroceso.
A nivel del lenguaje
Confieso que no he
podido atravesar las barreras del lenguaje
y desde la estación
veo alejarse las vanguardias a toda velocidad.
Mi reloj poético
atrasa
y no acierto con el
pulso de este tiempo,
además, tengo
problemas cervicales,
marcadores oncológicos
que controlar
y deudas impagables
con el cosmos y el Estado.
Disculpen, se me
escapa la realidad poética.
Estoy limitado a
pequeñas cosas,
asuntos de baja
intensidad,
escaramuzas de la
mente.
Debe haber algo
¿El miedo es una
premonición?
¿O sólo es el
estallido de la farsa?
Soy el dueño de mi
temor,
que cree en una fe en
la que no cree,
que se resiste a lo
obvio,
a lo impredecible, a
lo predecible,
a lo que llegará de
todos modos.
Algo es inminente,
pero no sé qué es.
Buena suerte, cuerpo,
esperaré en la
encrucijada.
Pichones
A Pablo G.
Cuando te vi en el
patio de la escuela,
como esos pichones que
la tormenta arroja
en las puertas de las
casas,
quise –y te confieso
que sin saberlo–
envolverte en mis
manos.
Pero más que eso, era
el reflejo,
el espejo de mi propio
miedo:
salvándote, me
salvaba.
Si eso era posible,
en ese mundo que
alguna vez habitamos
y que ya no existe, no
lo sé.
Pero intuyo que de
algún modo
todavía seguimos
siendo esos pichones
arrojados por alguna
tormenta en la puerta de una casa.
Santiago
Desde esta ventana,
como en trance, observo la cordillera azul.
Más allá, detrás, mi
país, la tierra, la sangre.
Abajo, al alcance de
un suicidio, el río Mapocho
con sus aguas
amarronadas, sucias como el Río de la Plata,
repleto de perros
agónicos y espantados.
Me doy vuelta, quizás
interrumpido por un sonido o un llanto
y la muerte se aparta
por un instante, derrotada.
Santiago duerme,
quietito, tibio,
indiferente al pulso
del tiempo.
Lo contemplo con la
misma serenidad con que observo la cordillera,
como esperando si más
allá de él, de mí, de las montañas,
algo hablara por
nosotros y nos dijera quiénes somos, dónde estamos,
por qué.
Fishing in the Brown River
Hace frío y algunos
corderitos rizan el agua.
El bote garetea al
ritmo de la corriente
y allá lejos, un
carguero entra por la boca del canal.
Las boyas flotan en la
superficie opaca del río,
pero no pasa nada, ni
el tiempo,
ni la desesperación de
estar solo conmigo mismo.
Miro las mojarras que
se oxigenan en la bolsa de plástico
mientras yo me asfixio
con mis pensamientos:
Metafísica de los
peces, de la pesca,
de la Nada inminente.
Nada de qué
preocuparse,
sólo asuntos
inconclusos, fracasos personales,
divagaciones propicias
en las horas sin viento.
Hago silencio en busca
de las flechas de plata
y floto con mi soledad
como esas boyitas
inmóviles en la superficie del río.
Poética
Comprenderán que esta
fuerza no puede dominarse:
como una palada de
tierra arrojada a las nubes,
como lava que sale de
abajo de la tierra para calcinarlo todo.
Pero estas palabras,
¿qué dicen?
¿qué quieren, maldita
sea?
Quizás nunca lo
sabremos
porque de donde vienen
todo está perdido,
se ha prendido fuego,
se ha consumido hace años,
sólo son ruidos que
entran por la ventana de mi cabeza,
como ladridos de
perro.
Fuente: Las tumbas del yo, libro inédito. Gentileza de
Horacio Castillo (h).
Horacio Castillo (h) nació en La Plata en 1968. Es psicoanalista
egresado de la Universidad Nacional de La Plata. En 2016, Ediciones El Mono Armado dio a conocer su primer libro de poesía: Ánima cruda. Actualmente, cuenta con
varios poemarios inéditos; entre ellos, Las
tumbas del yo, que será publicado en poco tiempo más.
Foto: Horacio Castillo (h).
Fuente: gentileza de Horacio Castillo (h).
No hay comentarios:
Publicar un comentario