lunes, 2 de agosto de 2021

Guillermo Quiñonez Alvear (Chile, 1899 - 1982)

 

 


CUANDO LOS VELEROS ANCLABAN EN VALPARAÍSO 

 

Yo habitaba las moradas silenciosas
de tus ojos. Cuando cerrabas los párpados,
escribía tu nombre o cerraba tus besos.
Tenías la frente alta y limpia
de las primeras albas, donde nacen
las plumas con trinos
y se recuerdan los sueños.
Blanca, como un aclarar con una estrella
olvidada o viento que se viene
desde un bosque de alerces
y pasa tocando las campanas de los pueblos
sin guitarras, sin cantoras ni aguardiente,
y volteando naranjas, en los patios
con charcas y ranas y escondido
trébol de cuatro suertes.
Quizá, en color de marea
en muerte y resurrección en sal.
Triste, como una rosa
que se desnuda perezosamente
y pregunta,
¿no me ha escrito el junco narciso?
O los molinos del sur lejano,
donde duermen las harinas
soñando con los búhos
y las viejas lechuzas.
¿Por qué recordabas tanto
-nunca una canción de infancia-
la mariposa de cinta amarilla, arrebatada
por un escolar de tus trenzas de niña?
Era todo melancolía cuando
te encontré en el mundo.
Los árboles cansados de su traje antiguo,
se vestían de oro, imitando a los príncipes
de los cuentos de Calleja,cuando se iban
a hechizar princesas, siempre rubias...
Tu vestido era un aromo
recién florecido.
Y el sol, un perro cansado
de vagar, se tendió a dormir
en el lago encantado
de tu espejo con riberas doradas.
El llamado de un campanario
hizo volar palomas y apresurar
el paso de algunas ancianas,
con marchitos brevarios.
La calle quedó sola esperando
la noche y a los primeros amantes.
Yo y la calle. Un sollozo,
aventurero nocturno,
se escondió en mi garganta.
Una última golondrina se iba.
La más emotiva hoja de un limonero
se quedó dormida para siempre.
Un gorrión le cantó su llanto.
Un organillero tocaba, inútilmente,
un vals de 1900, con restos
de crinolinas, polisones y encajes dorados.
Y un poco de rapé, todavía, para los caballeros.
oh Música del maestro Lucero.
Hoy, el horizonte es una inmensa guillotina,
ha decapitado, antes del medio día,
a un sol con cara de emperador oriental.
Ahora el puerto es una gran usina
fundiendo metales de oculta alma
y secreto rostro;
el cielo, plomo de bala.
El ambiente, en parámetro de zinc,
en antojo de existir,
lleva a doblarse en tristeza
al heliótropo. Esta noche,
no dormirá en sus brazos
la cantuaria.
Baja la tierra frío de lápida
comentando la muerte
de una doncella. O la de un infante
que ya jugaba con un oso de trapo.
Humedad de muelle podrido
de amaneceres, ocasos y noches.
Gris de ceniza, astros y tiempos difuntos.
Gris de estatua
a la que se le cayeron los dientes,
y se les rompieron los zapatos.
Gris de cuerda de horca jugando
en el aire, sin que éste se asuste.
Un niño a la puerta de su casa
toca una armónica.
Las nubes iban hacia el sur.
Fue su pastor y no lo supo.
Lombriz y alacrán ignoran
los nombres que les hemos asignado.
En invierno todo objeto
tiene algo de marítimo,
cansados de zarpar fondean.
Y los vinos en sus barcos duermen.
Acaso, en el sueño,
aprenden a conocer un poco
cómo es la muerte.
El pasado enmohecido o sepultado,
reaparecen como los fantasmas
en los viejos castillos.
Qué hacer con lo de ayer,
lo de ahora, lo del mañana
del mañana?
Y, además, es jueves.
No. No fue el mismo hombre
que significó sábado a sábado,
domingo a domingo, miércoles
a miércoles.
Tampoco aquél que denominó martes a martes,
viernes a viernes, lunes a lunes.
¿Quién fue? Quizá el judío errante,
disfrazado de deshornillador
en tierras de Francia.
O de cervecero, en algún pueblo
del norte de Alemania.
Sí. Tiene un nombre terrible,
de soldados que matan
a todos los niños y, después,
a todas las granadas en sazón
del mundo.
Y a la estrella pura con el sueño
puro de una muchacha.
Sin embargo, lo mismo que garganta
de pájaro música y canto
es también esta lluvia
para un auditorio enigmático,
sin manos, sin oídos,
de postes telegráficos, muros, faroles
y tejados solitarios, como bolsillos rotos.
Dometidos al rito de su magia a veces,
en las transiciones del sonido,
un algo del universo nos es revelado.
Por qué me atormento obligándome
a decir estas cosas en obstinación análoga
a la del aire en encender
y apagar los astros.
Si yo fuera zapatero, aprendiz
o maestro,quizá, poco de esto
me agobiaría.
Y los pies de mis vecinas sabrían
de la ternura de mis manos.
Llegó la tarde, cansada, monótona,
parecida al cuarto de esa señorita
que estudia piano
y noche y día: DO, RE, MI, FA.
Y yo me quedo esperando
la suerte del Sol, el La, el Si,
desesperadamente,
como en ocasiones nos han dejado
parientes que nos anunciaron
su venida de villorrios lejanos.
Y, pasado el tiempo, nos escriben,
en carta multada, por falta de dinero
para el pasaje no podremos
ir hasta el próximo año
El mariscal celeste cambia el viento
y ordena a sus doncellas regresar,
con sus cántaras vacías,
para que vistan a la luna
y a las estrellas de esa noche.
Cuando los muebles se quedan dormidos,
recupero mis antiguos sueños amontonados
desde la infancia,hasta siempre.
Por las calles de mi conciencia transitan
heroínas y héroes de historias escuchadas
o leídas: Caperucita, La Bella Durmiente,
El Nazareno y el Tiberíades
Cuando niño recé el Padre Nuestro,
de rodillas en mi lecho.
Como mi padre en su infancia campesina.
Y mi madre, ciudadana, por los muertos
y los vivos.
¡Época, antigua!
Los barcos a viento y los a carbón
arribaban a Valparaíso, por el Cabo de Hornos.
En ocasiones, desmantelados.
Como un hombre que sale
de su casa con corbata nueva
y regresa sin cabeza.
Los capitanes desembarcaban
con sus pipas sin combustible
a donde Tornquist.
Y pasar el mal rato de una faena,
pedir noticias y relatar travesías
al Bar Pacífico, al Café de la Bolsa
o al romántico Bunout.
Las tripulaciones, cantando
canciones de amor, se internaban
por la Cajilla, o por la del Calve,
adentro. O subían al Arrayán,
A las Glorias de Chile,casa con acordeón.
A donde Palomino, con guitarra.
A Los Siete Espejos,con piano
y cantora en el arpa.
El jarro de lavatorio lleno de vino
con limonada valía cinco pesos.
Y el amor, casi sólo amor.
En ocasiones, una puñalada.
En los vasos se quemaba
la noche, toda.
Y en la caja de los instrumentos
piaba el alba.
Ahora las prostitutas a misa
y penitencias
a la idolatrada Matriz.
El cura Manero ya era huésped
de la eternidad, ¡Torquemada
del amor!
Dos alas transparentes, enloquecidas,
vuelan alrededor de la lámpara.
Por ellas logró acercarme
al dintel y antigüedad de la noche,
oídos de alambre y boca de caucho.
En ella me interno, en destino
de tren sin maquinista,
en un túnel. Ahora comprendo
el fervor de las mujeres por los colores
y formas ultra-marinos.
También algo más hondo:
lo que no se explica
ni con palabras ni cifras.
Mi corazón, se recoge
en movimiento de cuerda
que se corta.
Un graznar agorero en el tejado
no es la peor compañía.
Tengo miedo, busco mi sombra
y no la encuentro.
Tu recuerdo aparece detrás
de mi angustia, semejante
a la distancia en el caminante.
¡Gracias!
Penitente de todas las lunas:
de las de plata, que duermen
en los amasijos de las panaderías.
De las pálidas en los cementerios,
en color y lágrimas de bellas mujeres
con ojos de aguas marinas,
que sólo reciben cartas de luto.
De las de oro, sueño
de los ladrones con novia.
De las de color azufre o yodo,
infernales, por las noches
de San Juan cuando florece
la higuera y las papas muestran
la suerte de los seres desolados.
De las rosadas, en doncellas
sorprendidas jugando desnudas
por el relincho de un potro rojo,
galopando a la orilla de un río.
De las azules,gorras colgadas
en los cielos por los primeros marineros
ahogados, en el primer mar desaparecido.
De las verdes, descubiertas
por Cándido Portinari,
en las selvas de Amazonas,
entre alharaca de papagayos
y silencio de siringueros.
Quieto corazón. No te rebeles
en tu jaula como un joven león.
Bien conoces a tu amo.
Ha sufrido. Ha amado.
No te ha dado la peor comida.
 
 
 

PRIMAVERA

 

Del guano de los establos moscos
de verde peto. Fiesta de doncellas
tristes para las moscas de negras patas;
ámense las carcomas en las maderas
tibias fragantes a mosto viejo.
Agriétense las murallas.
Rómpense las corolas.
Estallan las pulpas ácidas.
Los insectos, niños traviesos,
sacrifican alas nocturnas.
Tiempo de púrpura y polen.
De embriaguez y de sollozo.
Tiempo en que las manos
marchitan todos los rasos
y rasgan todas las sedas
aromadas a incienso,
mar, nardo.
Corolas. Alas. Lágrimas.
Garra de bestia.
Vuelo de pluma. Canciones
en las ventanas, en los caminos,
en los burdeles.
Dolor y risa. Dios y Satán, dentro
de los ojos, entre los muslos,
entre los brazos.
Salud mi amigo, ponga la copa
que el vino es bueno!
Sueñan y sueñan viudas desnudas,
bacantes en noches de luna llena,
sobre colchones de piedra y luto,
con galgos rojos, con potros
fuertes que arrastran mares.
Muchachas ¡Muchachas! Espigas
de epifanía o cirios de nocturna gracia.
En el insomnio revelador grupas urgentes,
mástiles de oro, leones alados.
En la vía láctea, desnudos ángeles
tocan trompetas.
Desde el océano, de sal los rostros,
brazos de algas, pies de corales,
llegan los náufragos en rotas,
fatídicas brújulas,
por las Parcas bautizadas.
Por los tifones imantadas.
Por los abismos sometidas.
En hélices de negro, rebelde,
trágico hierro o de lírico bronce,
aspas que cortaron las aguas
de los mares heráldicos
y robadas fueron por las sirenas
a los viejos, osados, capitanes,
creyéndolas rosas encantadas.
Borrachos de gin, ebrios de canto,
alucinados por la isla celeste
de la luna:
Pica-sales, de las rías gallegas.
Grumetes, de las orillas del Támesis,
lampareros escandinavos,
mecánicos del fondo de la Bretaña,
estibadores portugueses,
vigías de las selvas de América,
navieros de Australia, fogoneros
de las márgenes del Tirreno.
En trenes viejos, desde el infierno
los condenados:
Papas y reyes, políticos
y abogados, avaros y bandoleros.
Del purgatorio, en bicicletas, soldados,
bomberos, brujas, galleros y almidonadas
y lindas cantoras rancagüinas
y parralinas, con arpas y guitarras
con canciones y tonadas,
con minas abandonadas invadidas
de ánimas, o aldeas asoladas
por cuervos y lluvias y un gran cementerio.
De los horizontes, disparando
las culebrinas, en bergantines,
empavesados con calaveras,
arriban los piratas con equipajes
de esqueletos, para que pinten
los astros y aceiten los planetas.
En un ala de cisne pasan,
bajo un arco de abejas que nace
en un lagar y muere allá arriba,
entre los pechos de Venus,
Heinrich Heine, Rubén Darío
y Paul Verlaine.
En medio del cielo, las blondas vírgenes
cantan y bailan con los demonios.
Y en una rueda de mozos y mozas,
ellos, centauros, ellas, palomas,
el mulato Taguada, roto maulino,
a pie descalzo, poncho raído,
en la faja escarlata como un copihue,
corvo nortino, ancho de lomo,
seco de filo, eso es Chile de norte y sur,
y don Javier de la Rosa, señor de pueblo,
amo de un bayo, duro de freno,
por entre Chillán y Los Andes
ganó cien carreras.
Botas muy altas, espuelas de plata
que suenan como agua en cántaro,
manta de Doñihue, bella
como un requiebro o un pájaro tricolor,
payan de sol a sol
‘a lo divino y a lo humano’.
Entre los vasos galopa dios
y al anca el diablo.
Entre las cuerdas de la guitarra
gime la raza con sus héroes,
sus novenas, sus velorios
y sus andrajos a lo largo de tapias
de barro con lagartijas
y zarzamoras.
Al lado de dos nubes
y de un ciclón con las alas rotas,
mi padre, Delfín Quiñones,
en compañía de San Eloy,
rey de los forjadores, sobre
la grupa de un mastodonte trabaja cañones,
para los truenos del próximo invierno.
El viejo Baco, a caballo
a la osamenta de un sol de España,
borracho, blasfema, ríe
y muerde el vientre
de una azucena blanca
como un pañuelo lleno de lágrimas.
Adán, ciego y pobre, en un arrabal
del Paraíso pide limosna, y, en un organillo
de una sola nota recuerda a Abel.
Eva, tendida a la sombra
de mil zafiros y mil rubíes,
entre príncipes y cardenales juega
con macacos, gatos monteses
y cocodrilos.
Los santos de Asia pintan
arco-iris para los niños
de las escuelas, y las santas
que ya no rezan tejen crepúsculos
con sedas blancas, rojas y lilas,
para las muchachas de dolientes
y grandes ojos.
Del polo frío regresan pastores
con baladas heladas y palomas muertas.
El viento sur, verde naranjo.
Heno marítimo. Arlequin
de los tejados y las praderas.
Grumete sidéreo.Macho cabrio
que olfateas en el huerto nocturno
de las mujeres.
 
 
 

REQUIEM PARA LOS POETAS MUERTOS 

 

¡Oh funeral! ¡Sin responso!
Sin toque de bronce de campana
trizada. Sin embargo naufragastéis
como los viejos marineros
o los imberbes grumetes,
a millas de los Puertos,
en alta mar y tempestad
¡solitarios!
Tomados a los más lejanos
horizontes y los dedos quemados
de tabaco.
Los Otoños amarillos
como antiguos anillos de nupcias
de Norte a Sur, de Este a Oeste,
son vuestros. Os pertenecen
los Otoños en que mueren
los perros vagabundos y aullan
los mastines lanudos y negros.
Los Otoños en que nacen
los lazarillo de ciegos y en las aldeas
con una calle, los blancos circos
con un payaso y sin amazona.
La noche que cantastéis
no fue cómplice.
La noche tan amada
y sus distantes estrellas, no participó.
Adentro de la niebla se sucedió todo.
Adentro de la niebla
que es la esquila del viento
en los fecundos ijares del tiempo.
Adentro de la niebla quedaron
vuestras manos frías.
También vuestras venas tan azules
con vuestras azules prosapias.
Y los ojos, bebiéndose
todo el vuelo de un mosco negro
que nadie sabe de dónde
ni por qué vino ahora.
Yo ignoro por qué añejanse
los vinos en las verdes botellas
y púdrense las maderas.
Adentro de la niebla encendieron
un cirio, despertaron las moscas,
vedaron vuestros párpados,
siempre mujeres pálidas,
que nunca os amaron.
Lentamente, como ventana
que cierra una niña sobre
un largo camino y se queda
soñando detrás de las flores pintadas
en las cortinas. La noche se quedó afuera
mirando el llanto de los tejados
en las frías goteras.
La noche estuvo ausente
como una bella muchacha que regresa
en el alba con los cabellos húmedos
y su nombre olvidado.
La muerte entró sola
por todos vuestros poros.
Como sorda llave amante
en tibia cerradura.
La noche estuvo ausente.
La muerte entró sola y se quedó
a dormir para siempre adentro
de vuestros ojos.
Solos lloraron los tejados,
en puras y lentas goteras.
Todo, todo un amanecer gris
como una agridulce manzana
 
 
 
OBRA: Multitud*
Atlas de La Poesía Chilena*S
 
 
(Fuente: Marcelo Sepúlveda Ríos)
*s/libr.editado
RÍOS√2021

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario