LOS TRABAJOS POSTREROS
contemplando / cómo se pasa la vida,/
cómo se viene la muerte/ tan callando;
Jorge Manrique
duermo sobresaltado
y despierto encadenado a mis resabios,
soñándome niño,
con la abuela que me susurra
que rece, mijito, por una buena muerte.
madrugo entonces,
saludo el clareo rozagante,
les pongo agua fresca a mis gatos,
y mientras maúllan complicados y jactanciosos
irguiendo sus colas que oscilan como sismógrafos lascivos,
les sobo un rato su frente de fiera, su lomo arqueado,
hasta que vuelven y se echan a dormir su día felino.
atizo entonces la fragua de la memoria,
pongo en pie versos que anoche habían quedado rencos,
y le hago frente a la taimada piedad del destino.
mi corazón siempre fue gregario y alegre,
pero hay veces que prefiero estar solo.
ya casi que ni salgo a la calle:
el cansancio me traiciona,
los trancones y las multitudes me confunden,
todo me fastidia,
me azara el chiflo acre de las ambulancias,
las aguamalas en los charcos,
la luz mala monte adentro,
los inopinados semáforos que parpadean palustres,
la viuda que me invita de gesto retrechero
a su cubil de harapos negros:
¡tan callandito que se me arrima!
si hoy estoy madrugando
es para cumplir con los pocos consuelos que me quedan,
mis mates, mi pipa,
la tajada de maduro frito al medio día,
el trago vespertino.
es para perder la jornada entre textos y albures,
es para llegar entero a la hora de echarme en la litera,
amargado de recuerdos y carrileras llorosas,
aterido de tanta mala muerte que arrastro,
sofocado por el aire que me falta de noche y de día.
(ahora los frailes zamuros
ascienden en espiral
hacia el páramo neblinoso,
aúllan sombríos los perros negros en las lomas alunadas,
me hierven los pies,
viejos de tanto pisar las huellas
que siempre anduve tanteando pero que nunca elegí,
ahora se me encarama la noche,
gata azabache
que descarga acompasando
sus pisadas sobre mi pecho,
lenta y hechicera:
so nachtschwarz, so fremd.
si mañana no madrugo más,
será porque prefiero seguir durmiendo,
porque ya no importa adónde me quedo ni para dónde voy.
ojalá en la tardecita aparecieran mis amigos,
me trajeran pan negro, carne seca, aceitunas,
cocadas,
contaran los cuentos de siempre,
se tomaran unos tragos conmigo,
rones dorados que apaciguan esta sangre
que, a pesar, sigue bullendo,
conjuraran las tristezas gruesas que se secan en mis tinteros,
me mandaran a recoger mis pasos,
uno por uno,
rezaran conmigo
aunque no crean en nada,
me ayudaran a liar el atadito,
y con tiempo fueran avisando
a las plañideras en sus caseríos
que preparen sus lloros,
y a mis gatos,
que apronten sus porongos de agua
y que en yendo conmigo no permitan que muramos de sed
cuando crucemos
el puente estrecho
que conduce a upamarca,
la tierra de los que callan por siempre.
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