CADÁVER EXQUISITO
CADÁVER EXQUISITO
No sé si es frío. La sombra
debajo del lapacho
nada dice de temperaturas.
A trescientos metros
los pibes,
como una nube de polvo y vidrio molido,
deambulan a lo bobo,
eso,
siempre y cuando,
no exceda los límites de la retrospectiva.
No son sub-urbanos,
son sub-humanos,
según la RAE
y sus episcopados.
Su parte preferida es la foto carné,
porque no salen las patasucias
ni la medicación vencida.
Pensar
cómo miran y dominan el idioma
mientras
otras pupilas
se desangran
y chorrean por las bocas de pescado,
bagres y pibitos
con las yemas negras.
Un circuito difícil de romper.
Mejor extraviarse,
como puedan,
pasar el trapito y ensuciar
los autos de los bilingües
por el mismo precio.
Ser la madre de un hermano de 15, a los 13.
Ser el padre sin haber cogido.
Su sudor no es por goce
sino
por nosotros.
Ellos no hablan. Espían
la vida que se les debe.
Desalojados, sacuden sus dedos,
apuntando.
Intercambian
viseras y zapatillas,
inventan los nombres de las distancias,
cierran los ojos,
desorbitan planetas, y en ese
llegar para quedarse,
sin haber nacido ni muerto,
ni amado, que es lo mismo,
levantan la vista
tuerta
y sonríen
con el sueño intacto pero vedado,
un tiempo futuro, ese castigo.
Un cielo
que se pierde al mirar hacia abajo.
Un cielo.
¿Qué hacemos con tanto cielo?
Un cielo.
Nada sucederá en él.
Siempre vuelve,
siempre vuelve.
La sangre siempre vuelve,
a temperatura constante.
Máscara del país de los quebrantahuesos.
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