jueves, 26 de octubre de 2023

Fady Joudah (Texas, EEUU, 1971)

 

Arboles dormidos

 

Todo lo que hay entre lo que debería ser

y lo que no, puede explotar. Me dijeron

un montón de veces que “quien no tiene tierra

no tiene mar”. En un sueño, papá aprendió

a volar. Esta es la historia del sicomoro

al que se trepaba cuando era chico para ver la lluvia.


A veces lovía tanto que dolía. Como si fueran

palazos. Después el barro se ponía rojo.


Mi hermano creía que las pesadillas te podían

matar en sueños, e insistió en que despertáramos

a papá de sus gritos ahogados la noche

del día que nos llevó a conocer su pueblo.

Ya no era su pueblo: descubrió que habían apmputado

su árbol.

Entre una caída y la siguiente


hay una ingravidez. Cierta mujer me quiso.

Me preguntó cómo se dice “árbol” en árabe.

No se lo dije. Ella estaba triste. No entendí

cuando se fue. En sueños, vi tres veces al mismo hombre.

Un hombre conocido, que era capaz de transformar a otro

en un ser mitad reptil. Yo era inmune. O creía serlo. Tenía


terror de ser el único que quedase. Cuando despertamos a papá,

se estaba escapando de unos soldados. Ahora

no se acuerda de esa noche. Se ríe

de otro sueño, le levantó la mano a un rey

y trató de no contenerse. Salió volando

pero mamá lo despertó y lo estrechó en sus brazos una hora.


O media hora, o lo que tarde una migración interna.

A lo mejor, si se lo hubiera dicho:

“Shejerah”, me habría recordado por más tiempo.

A lo mejor, no sé mucho de sueños,

pero mamá me enseñó la ley de los augurios.

Los muertos saben de los moribundos y a veces los atajan

mientras duermen, igual que el sicomoro

al que se trepaba mi papá.


Cuando era chico, para ver caer con fuerza

la lluvia y hamacarse suavemente.

 

  Traducción de Ezequiel Zaidenwerg



No hay comentarios:

Publicar un comentario