jueves, 15 de septiembre de 2022

Sebastián Jaka (Buenos Aires)

 

 

OTRA HISTORIA DE AMOR


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Olvidados
casi muertos en el medio del verano
bajo el asedio de un sol de mediodía
los tres viejos se bañan desnudos
en una pileta que bien podría estar llena de formol.
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No parecen muy contrariados
por los buitres que trazan vuelos rasantes
y de tanto en tanto pellizcan un ojo y su ceguera,
una oreja semi-sorda, el precioso y reseco bocado de un pezón.
Más bien se diría que gozan
estos viejos, con la guadaña
tanto como el equilibrista de su salto mortal.
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Justo arriba
indolente y glorioso
un satélite orbita en torno al mundo
que se pudre y reverdece sin contradicción
ajeno a la impúdica escena que acontece en el jardín:
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Dos hombres y una mujer.
Tres cuerpos vueltos uno por unívoco abrazo
se desean como solo es posible desearse en la víspera:
un émbolo activo, un ir y venir de caderas que se chocan, un enredo de brazos y piernas que se anudan
amasijo de carne caduca frotándose en el crisol de un verano atroz.
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¿Qué anhelos engordan los corazones de estos tres hermosos gerontes?
¿Qué pulso los arroja unos contra otros, mientras son asediados por la feroz pezuña de la muerte?
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Picotean, mientras tanto, famélicos, los buitres,
llegan al blanco del hueso, se llevan un pellejo de carne, el manjar de un cuero cabelludo, la infructífera prótesis de un fémur.
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Y así pasan los minutos, las horas.
El satélite traza su elipse.
Los cirujanos de la muerte continúan, furiosos, precisos, con el festín.
Y de a poco, a fuerza de irrecuperables perdidas, los tres viejos se van volviendo uno:
un solo cuerpo, una sola muerte, un solo goce,
una sola espiga para el golpe de la hoz:
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ahí, bajo el sol
en la entibiada agüita de la pileta
padre, madre y espíritusanto.
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ahí, bajo el sol
en el asedio del calor del mediodía
la unción de los elementos.
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Manojo de huesos dispersos en el agua
los tres viejos, vueltos uno, no terminan de morir.
En un último suspiro, ascienden en un espiral de aire caliente,
se elevan sobre los techos, sobre los árboles, sobre el mundo y su perplejidad.
Se elevan y crecen, se hacen cielo, hálito, brisa y bocanada.
Diríase que una forma imprevista de amor los eterniza
lúcidos como estrellas, eternos en el verano, jóvenes para siempre.

 

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