CODA
“El soberano ya no es un rey, está oculto en las grandes urbes, se rodea de silencio” (1)
Como en los más raros amigos, preguntar es callar.
Un silencio que resuena está aquí, entre nosotros, aleteo ciego de los colibríes. Podemos hablar, extender la vendimia de nuestras razones, enrojecer de verdad, pero a este silencio cocido en nuestro fuego no lo podemos ahuyentar, murmullo invasor aunque nos encerramos entre gasas.
No puedo olvidar que hablo, eso me acecha, extiende en mí un desierto de impureza. Puedo privarme del hálito, perseverar en la ausencia. ¿Podría callar para oírme crecer, para sentir que me marcho en la línea azulada de ese silencio que me amenaza, río interior que se desboca?
El silencio espera su ocasión de flor hechizada. Si la germinación de ese silencio, razón de hielo al contacto del sol, se expresa en la privada del ocaso.
El silencio me habita con su ley de adormidera. Se despierta al contacto de dedos imantados, traduce el miedo, se yergue como un estandarte.
Digo palabras para acunar ese temblor, leve roce en su nido. La distancia que se dibuja entre una onda extendida de palabras y ese punto soleado puede ser medida en términos de amistad, es una distancia a la que tiende la atracción, el vector intenso de los sueños.
Pero una distancia así, que liga lo próximo con lo lejano, se resiste a ser encomendada.
Ser el guardián de esa cripta y morir de espera. Crecer al borde de esperar es volver a morir. De un morir crispado. Retengo la libación, celebro el rechazo, soy mirado como el arbusto que bracea entre landas. Cegado de acaso me desbordo en la crepitación, me presagio. Y en la hondura imagino que crezco.
Con Bataille restablezco ese diálogo de enramadas. Lenta maduración que me prepara para su primicia, ser el rojo de esa flor de imposible y preservarse de arder en el centro de su llama.
Intimidados por los secretos de esta deriva, en la ciudad que nos vio perder la ondulación de nuestras fuentes, salimos en la noche más despoblada, extendemos entre nuestro paso y la cumbre una infancia de temblores.
La angustia que traducimos en escribir nos hace pernoctar en esa orilla en la que amar y morir intercambian su seda.
Gobernar este silencio que amenaza exige palabras de suyo tan huidizas, que el guante con que acaricio escribir se trasmuta en saltamontes.
- BATAILLE, G. Citado por Blanchot.
(Fuente: La Mecánica Celeste)
No hay comentarios:
Publicar un comentario