martes, 1 de febrero de 2022

Héctor Giuliano (Piamonte, Italia, 1947 / reside en San Juan, Argentina)

 

Estuve en Paroldo
y en la creciente alegría
de sus bosques y aguadas.
En el Deep Piamonte,
donde lobos y jabalíes
aún hacen de las suyas,
los cuervos y cigüeñas
obstinan un riesgo
de ojos frágiles y burlones,
y los estorninos
dibujan el cielo
como marcha nupcial.
No hay geómetras
en Paroldo,
tampoco
el chirrido enfermizo
de un celular,
menos agentes inmobiliarios,
fast food,
vitrinas que arrepienten el pecado,
ausente la voz del cacique
que llora al exterior
y se endominga euros
al interior;
hay una panadería
de tiempos garibaldinos
y una pastelería vecinal
tierna y sincera,
150 paisanos
y ese dialecto
que aún respira
la encerrada liturgia lugareña;
la trufas que huele y escarba
la luz canina de "Giorgiona",
no se comparan al resto,
es como si maduraran de amor
en la demora que necesita
esa química del placer.
Hubo canciones jasídicas
esa noche de otoño nevoso
y la inmensa profundidad
que las voces de miel
y yuyo amargo
reptaron en las colinas.
 
Pero,
a no engañarme,
hay otros sitios tan amados
como Paroldo,
es cuestión
de tirar por la ventana
todo tironeo y trencito mentiroso.
 
Paroldo no padeció la guerra,
pero sí parcialmente
el bombardeo
y la demencia del gamexane
y esa atmósfera imperante
que la neoagricultura
y sus consecuencias
tatuaron con el desastre
amplias zonas feraces.
 
Paroldo no ofrece festivales
ni feria de castañas,
ni doma de ardillas,
ni rondas comunales
que intrigan al viajero,
no vagan los tontos
que se creen arcádicos
y leen al mundo para ellos,
simplemente está;
Paroldo
no podría,
no quiere
un septiembre
asistido por un julio,
la cara accesible
monedas y chelines;
tan aislada y orgullosa
de las huestes germánicas
y un tanto francesas,
que vuelan
en sus máquinas flamantes
de 800 cilindradas
por las curvas de Turín,
Cuneo o Asti,
las del cedro azul,
las méndigas herencias,
donde hay peajes,
gente que putea,
y servicio de emergencia,
y pasan como
si se los llevara el diablo,
a ciudades y lugares
donde todos se codean
con todos,
se intercambian
los tristes amagos
de amores vacacionales,
el vino selecto y bautizado
con melones y frutillas,
se compra y se vende,
se palmea y abraza
se abraza y se vende,
en esa extrapolación regresiva,
y no con tolerancia,
precisamente.
 
 

- Inédito-

 

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