CINCO POEMAS DE ANIMALES DE COSTUMBRES
*
El campo fue el mito
fundacional de la familia.
No había cielo
para los muertos,
sino la llanura donde balaban los corderos
antes del sacrificio.
Un paraíso
que construyó mi madre
cuando su madre carneaba animales
que no tenían nombre,
no como esa cerda
paridora, que amamantó a los gatos
y por haber aprendido
a obedecer, sobrevivió.
*
Por estos días
decir va a hacer frío
significa hay que cortar leña.
Me preparo, lastimo
insisto en la hendidura
hasta que la materia ceda,
transformo lo seco
y duro y muerto en necesario.
Las venas de mis manos
me recuerdan a las de mi abuela
a quien su marido
llamaba Picota: herramienta
de trabajo o de tortura.
Un crujido
familiar, de hueso débil
prende en las ramas.
*
La noche es un pozo
profundo como el hambre
que despierta a mi hija.
Me asomo desde el fondo
a la distancia
recién nacida entre las dos.
Acá está mamá,
digo, como si fuera otra
quien recompone el grito.
Una voz que subleva
la penumbra común
de la necesidad.
*
Te como cruda
decía mi madre,
que en cada animal veía
su posibilidad de ser
carne, cuerpo abierto con huesos
que ya no sostienen, como
mariposa con las alas quemadas.
Yo dejaba que me comieran
sus palabras
me deglutiera la lengua que es
mi herencia, así
me hice finita, de cara
a un pánico típico.
*
Qué linda, dicen algunos
o pobrecita, ante la torcaza
que anida sobre una rama baja
en la parte oscura del patio.
No hay que mirarla
o abandonará al pichón,
advierten los que saben
que a la torcaza el miedo la atonta.
A la altura de mi cabeza
la frágil madre cela
su íntimo alboroto
como un pensamiento que insiste.
Inmutables, compartimos
la disimulada compasión
por la conquista a solas
de un hueco donde ser sostenida.
En Animales de costumbres
Pre-textos
(Papeles de Pablo Müller)
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