lunes, 2 de agosto de 2021

Mercedes Roffé (Buenos Aires, Argentina, 1954)

 

 


IV

Sueña el grano que ya es espiga dorada
y sueña el niño que es hombre
sueña el mal que pasa inadvertido
y el bien que juega una partida y gana
Sueña el rocío que ya es el mar profundo
y la pepita de oro en el agua que es fíbula y ajorca
La raíz sueña que es rama, que un pájaro hace nido en ella
y la nube que es lluvia ya y que penetra la fresca
aspereza de la grama

Un álgebra superior
equipara
el día y la noche
lo que será y lo que ha sido
lo que vendrá y el origen
sereno de las cosas

tumulto y paz
convulsión y mar calma
la realidad se ofusca en el retorno
vórtice-tiempo
vórtice
donde se arrebuja el alma

Héla ahí,
la Realidad
la Joya
el velo de cristales sobre la cara
recóndita de las cosas             su hora naciente
Sol
vórtice-luz
vórtice-palabra
vorágine suspendida
disolución
disolución

3000 bombas
3000 bombas
3000 bombas en un fin de semana
cuántas caras
cuántas manos
cuántas piernas
cuántos velos-vendas pegados a la piel ardida
cuántas piedras sobre piedras arrancadas
cuántas vidas arrancadas de la vida.




 




XV

El poema es el rostro en el espejo
más verdadero que el rostro y que el espejo.
El poema es el flujo de la sangre
más allá del cuerpo,
el ritmo de la sangre más allá de la sangre
—sus cauces rigurosos, su latido sordo y unitario.

El poema es el ritmo de lo otro en mí
más allá de mí, siempre, más allá,
donde mi silencio se topa con tu ritmo
y repercute en mí, que solfeo en el poema
un ritmo numinoso,
cifra que hace eco en el eco
que es cuerpo verdadero
—lo numinoso en ti y en mí—
el ciclo de las esferas tocándose y abandonándose
—alejándose, sí, una de la otra,
pero desasiéndose de sí también
cada cual
en su dorada, fecunda negligencia.
En su ritmo me despliego.
En su metrónomo
caprichoso y fugaz
despliega el universo sus fantasmagorías
—su verdad.

No hay traducción posible.
—o sí la hay:
de lo uno a sí mismo,
de lo uno a aquello que tantea y vence
de lo que sabe de sí
—su pobre imperio.

El poema, digo,
digo la música, digo el movimiento
de la danza en el cuerpo, el de la piedra esculpida…
Y la música en el trazo y en la piedra, digo,
y el movimiento sinuoso y firme del poema,
docta cadencia, felicísima caída en el cruce
de todos los sentidos.






de Las linternas flotantes, Editorial Bajo la Luna, 2009

 

(Fuente: Emma Gunst)

 

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