lunes, 2 de agosto de 2021

Lawrence Durrell (India, 1912 - Francia, 1990)

 

 

Deus loci


I

Se hunden todas nuestras religiones mas vosotros
permanecéis, pequeños deus loci, quemados por el sol
seguros en el natal santuario,
paisaje del precoz corazón sureño,
continuamente vueltos a la vida en el manar
trágico y común de la pasión,
sin embargo incorregible.
En cada extraordinaria carcajada
oída por casualidad
vuestro ejemplar lo es todo:
acentos del diosecillo parloteante, 
parte animal, parte insecto, parte ave.

II

Este polvo, este polvo real, nuestra madre
modelada por la lluvia de la primavera,
cuyas gotas suaves y pálidas consolan
la sola fiebre del viñedo o de la región,
cae ahora con suave percusión sobre la piel
de la tierra, de arrugada membrana antiguamente
tensa: cada gota haría pensar
en una huella del dios, mas fuera de su tiempo,
sin embargo, en vuestra súbita llegada sabemos
que la vida vive por sí misma sin recurrir a la razón.

III

En cuantas de vuestras clementes primaveras
parten los pescadores, los guardabosques
abandonan sus vacíos anteojos, se levantan, 
confrontan el lucero del alba, y aceptan
la protección inmotivada de todo lo que sóis.
Deseo recapturado en mar o tierra
en fábulas de peces, o uvas sostenidas con la mano
un puñado de vino sin par
brillando como vitrales,
en la mano temblorosa de un borracho.

IV

Todas las religiones del polvo pueden decirlo:
A Adán y a sus antecesores les fue dado
este cuerpo de húmeda arcilla que tanto les estorbará;
material para la lámpara y la cuchara y el cuerpo
y así renovar vuestro santuario de terracota,
cuyos cupidos sin vergüenza
se enroscan como resortes de reloj en un beso
o se vuelven putti en el lecho del amante, 
o amorini de la pequeña choza del pastor,
para hacer una fábula de todos nosotros.

V

Conocidos antes de la purificación de los dioses
siempre que la negligencia de la naturaleza expuso
sus hijos al temor de lo desconocido:
por familias unidas alrededor de una vela moribunda
en una enfermedad sin esperanza, o por marineros
sobre acometidas cubiertas y bajo planetas amortajados:
siempre que lo desconocido desplazó lo conocido
disteis ánimos con el compañerismo del vino, 
del amor y de la labranza: y en la desesperación
sólo había que pensar en vosotros, y allí ya estábais.

VI

La nariz aguileña, los peludos miembros
compusieron estos vinos, estos humildes vinos;
tan dedicados a sí mismo, sin embargo ofrecen
en la negra espuma de las uvas aumento
del placer o de la tristeza cuando un pobre
campesino al robusto tañer de una campana de iglesia
se santigua: sobre un roto pedestal
al lado del suspirante mar, eternamente alza
elemento a elemento, su pequeño alimento del almuerzo,
pan y ajo, la botella de vino y la copa.

VII

Imagen de nuestro propio polvo el vino.
Bebedores de este real polvo prensado
gota a gota con ciencia y amor,
en modelo de la imagen del dios fugitivo,
humana como la nuestra. O si no
en otras mezclas, aliento de besos goteados
bajo el oscuro farol del higo al mediodía;
amantes como huéspedes del pozo de los deseos,
cuyos latidos trabajan aunque
todo el tiempo se haya detenido.

VIII

Vuestro pánico compañerismo está por doquier,
no solo en la primera gran enfermedad del amor conocida
pero en el exilio de los objetos que han perdido
el contexto, rotos corazones, leche derramada,
promesas no cumplidas, leyes olvidadas:
y sobre el litoral caudal de anciano
piloto en harapos de velas, rotos remos,
jarras de agua obstruídas por la arena,
y más adelante, medio escondida, la carta fatal
en los fríos dedos de una marmórea mano.

IX

Deus loci vuestras provincias se extienden
por todos los dominios de la lógica, 
más allá de los ojos que vigilan polvorientos murales,
o de la crítica impaciente del filósofo
por comprender, por hacerse con la vida:
más allá, más allá incluso de las oscuras revueltas
de una mente, en una guirnalda de vides o en una vieja cruz de cera
podéis volveros niñera y esposa de los necios,
su desnudez y sus hechos, 
toda la ganancia del corazón o su pérdida.

X

Así hoy día, después de muchos años, nos encontramos
en esta alta ventana dominando
lo mejor de Italia, sonriendo bajo la lluvia,
que repiquetea en las hojas como excrementos de gorriones,
y dispersa a los segadores, a las muchachas quemadas por el sol,
y se eleva en el ácido polvo de esta mesa,
estos libros, cartas sin terminar,
todo refrescado de nuevo por ti, oh espíritu del lugar,
presencia hace tiempo prometida, demorada y esperada
y en este sitio encontrada frente a frente.


Forio d’ Ischia.
 
 
(Fuente: El hombre aproximativo) 

 

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