jueves, 4 de marzo de 2021

Teresa Obregoso (Lima, Perú, 1976)

 

 

Mi cáncer dice:
acuérdate de mí ahora que eres adulta y que han llegado los tiempos en que el agua
bendita es sólo agua. Los tiempos en que el hábito del santo ha sido abandonado en
la playa. Los tiempos en que tu páramo se ha partido en dos.






Escucha todo lo que suena en tu cáncer. ¿Alguien podrá oírlo contigo?

*

Abro el miedo. Mi madre viaja sola sobre un iceberg. Dentro de él estoy yo
congelada mirándolo todo.
Algo.






Algo. Algo es. Un pezón estrujado. Inger, algo avanza por mi pecho hasta casi llegar al hueso. Se aferra a algo y algo y algo. No puede detenerse, como los sonámbulos. Se aferra a lo que encuentra. Se aferra más.

*

Sí Inger, el agua bendita de Santa Rosa de Lima existe
La fría herida detenida existe
con los mechones del cáncer arrancados existe
Teresa Orbegoso existe






Las células buenas se encuentran con las células malas en la danza de las células. Hay una guerra. Las células buenas pierden. Las células malas colocan su bandera de vencedoras sobre mi pecho.

*

Mi cáncer dice:
cose tu historia a la mía y encontrarás a una madre y a una hija y dentro de ellas una palabra como una penitencia que las alumbra. Alguna de las dos reconocerá que un día dijo: no vayas al matrimonio como la vaca al matadero. Sin saber. Empapándote con la sangre del miedo. Que no te convenzan con eso de que tu madre es el mejor esposo. Cuántas veces las abuelas han destruido sus cabezas. La enfermedad se extiende sobre tu vestido como una mancha de aceite con la que deberás luchar. A la vencedora se le dará una revelación y se le dará también una pureza nueva y al interior de esa nueva pureza como una luz intermitente, un canto que nadie conoce sino sólo la que lo recibe.






Algo se repite en otros cuerpos. Se desarrolla. Dice aquí estoy. Se anuncia. Se
impone. Me causa dolor. Adquiere confianza y se reproduce. Marcha.

*

Abro el miedo. Tener corazón para la paz. Tener corazón para la peste. Conocer los dientes blancos y brillantes de la felicidad. Aprender a bordar con oro la justicia. La enfermedad como un movimiento regular, como la marcha de un ejército de neblinas. Una única Teresa entre los juguetes viejos de la única niña de la única ciudad sobreviviente de la última guerra. Cada instante un rito: un ruido continuo, el voto de las naciones enloquecidas y la violencia, pequeña huérfana que corre, corre contenta para clavar su aguja sin aviso sobre los cuerpos de las mujeres con cáncer. En este mundo, una gasa ensangrentada sobre el viento tiene el mismo peso que la verdad y la misericordia. Las riendas de la tranquilidad tiene la mano del que ignora a qué viene a la vida. Y en su cara aparecida la cara vacía de la bondad y sus doce hijos, que tampoco tienen nada. La música de los cortadores y los fórceps, su murmullo, como el silbido de una enfermera olvidada en los pasillos de un hospital. La gran sala del trabajo con sus médicos sindicalistas de paja, sus pacientes disecados y sus objetos polvorientos: entre ellos la gratuidad como muñecote de papel maché inclinada junto a un ecógrafo roto como rezando en silencio. Los libros de la salud esparcidos, párrafo a párrafo, sobre las llaves del padecimiento.






Inger, algo sigue tomando mis órganos. Algo es. Con mayor tamaño. Con mayor fuerza. Tan absoluto.

*

Teresa Orbegoso existe
La paciente con cáncer existe
El amigo que le da un beso intempestivo para que ella recuerde la vida
Desaparecemos de la faz de la tierra
una tarde una mañana una noche una madrugada
cualquiera ya sea
que un sonido te golpee o
el remolino de las cosas te sumerja una noche cualquiera






Algo silba otra lengua y da órdenes. Algo microscópico que baila adentro mío. Una música disonante que no me dice nada: un absurdo.

*

Mi cáncer dice:
tienes cuarenta años. La edad para ver aunque tú no lo quieras. La vida nos toma y nos deja caer. Yo no era la muerte. Y entonces tú caías y te mirabas así: caída, sin poder hacer nada. Tú: la huérfana. Te dabas cuenta de que la felicidad no era una máquina, ni un peluche, ni un animal.






Algo busca nuevas palabras. Me lleva al recuerdo desordenado de mi infancia. Rueda y rueda como una piedra que hace volteretas con mis miedos.

*

Abro el miedo. Una mañana moriré. Y ese día podré al fin escuchar la última ópera de mis células. Ese día el universo será de agua y el sol será una pelusa que veo levantarse cuando tiendo mi cama. Del cáncer vengo y al cáncer voy: ¿bienaventuranza o enfermedad? Un tronco se parte entre las dos. Miro los libros pasar. Son títulos y nombres de autores que desconozco. Caigo sobre las jaulas de las gallinetas de mis vecinos, sobre los brazos de mi abuela, sobre la pista de cemento y sus rayas blancas, caigo en todos lados. ¿Quiero seguir en este mundo? Ensalivada está mi boca. Un torito de Pucará me protege. Mi vida como la suciedad que no puedo limpiar.






Algo adquiere forma, vida propia. Más consistente que mi propia forma, que mi propia vida. Invade. Grito primitivo que le canta a mi pecho y lo deforma. Se alimenta de mí para que él pueda existir como un Dios al que odio.

*

Bienaventurados sean los que se esfuerzan en existir
en lavar los pies del dios de la enfermedad
Contra qué pared hemos caído
En qué pared hemos escrito los nombres de
nuestra enfermedad
una madrugada cualquiera
quizá de junio mientras
dormimos sentados en la cama
y no podemos ver
el amor de la mujer y su niño
que recoge del piso a su marido borracho
y ni siquiera sabemos cómo preparar una Ocopa
y creemos que
la familia es la enemiga
después de vomitar sobre una bolsa
y sólo nos quedamos como fuera del tiempo






Inger, el cáncer ha llegado a la Tierra. Está dentro de la Tierra. Ha entregado su voz al enfermo.

~ ~
 
 
De Abro el miedo (2018)
 
 
(Fuente: La comparecencia infinita) 


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario