jueves, 4 de marzo de 2021

Florin Iaru (Bucarest, Rumania, 1954)

 

 

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5 poemas de ¡Abajo la realidad! (2019),

de Florin Iaru

 

 

 

Lo vi todo

 

Vi el entierro de Kennedy

Transmitido por Telstar,

El primer satélite de telecomunicaciones

Tolerado en el socialismo.

 

Vi a Ceaușescu en el balcón

Magnetizando a las multitudes

Una mañana de agosto.

 

Vi la Luna perfectamente,

Y a Armstrong alejarse del módulo,

Como un borracho imponderable.

 

Vi a Nadia.

Acababa de recibir el primer diez

De su vida.

 

Después vi la revolución rumana en directo

cómo rompía la pantalla en blanco y negro

con el último aliento de la juventud.

 

Después ya no vi nada.

¿Sigue volando Telstar?

¿O cayó?

Cayó.

¡Que descanse en paz!

 

 

 

No

 

Que al menos el recuerdo no se vaya

como desaparecen el día y la noche,

sin ser notados.

Que al menos el perfume no vuele

y siga escondido, solitario.

 

O por lo menos que la muerte no vacile.

 

Una colilla,

una basura,

una mirruña,

una trampa

por la que entres

desde el principio.

—¿Qué os parece, chicas,

dicen las palabras,

nos quedamos con el tonto?

—No nos quedamos— dicen.

 


 

El poeta y solo el poeta

 

Vámonos con el poeta cuesta arriba

con sus versos pequeños

que se esconden, miedosos, en la orilla del camino,

entre las malezas.

Pero el poeta está tan ido

que no ve ni el carro, ni el eje, ni las ruedas del poema.

Tan solo se ve a sí mismo.

Sube el cerro poético llevando en los brazos

cual joya

a su propia persona.

Las piedras en coro le imploran:

— ¡Recógenos a nosotras también en tus geniales

versos!

Las zarzas, el riachuelo, las botellas de PET y las lechuzas lo lisonjean:

—¡Maestro, permítenos habitar perennemente en tus versos!

La luna misma, reina de la noche, muerta, se vuelve pequeña:

—Hazme caso a mí también.

El universo abre encima de su cabeza un embudo de estrellas.

—¡Concédeme existir al mismo tiempo que tú, genio!

Pero el poeta con tozudez va jalando el carro lírico

y no quiere oír nada.

Sus oídos están llenos de sus propias palabras,

sus pensamientos se maravillan del hecho de que él exista.

Cuando llega al pico, hay silencio,

y él, con el dedo en la sien,

está solo solito.

Está tranquilo, está feliz, está realizado y genial.

Y solo, porque la gloria no canta.

 

 

 

La bella sin cuerpo

 

Acabado por la bebida y el cansancio me deslicé

entre sábanas húmedas hacia el amanecer.

Ya saben cómo es al alba, tras la fiesta.

La luz le clava al cuarto puntas de hierro

azul y frío.

Una lija

con la que —de frotarte un poco—

te borras, te arañas

como el corazón que te tachó.

 

Soñaba que iba hasta las trancas respirando un alma gris.

Y de la humedad inaguantable de las cosas ajenas,

el perfume de un cuerpo pequeño, olvidado,

me tomó en sus brazos.

Era un abrazo muy apresurado,

muy ruidoso,

mi carne gritó de horror y de encanto,

Fue una ilusión, una idea, una aparición,

pero tenía boca y senos,

y vello en las axilas y entre las piernas.

Idéntica a la vida más viva

más verdadera que la verdad.

Le hablaba a cada sentido en parte,

se sometía y a la vez se rebelaba,

recogida en una materia derramada.

 

El feo final de la fiesta rodaba por las escaleras,

y yo me dormía en un mundo sin consecuencias.

Después el sueño, o sea el despertar,

o sea totalmente el olvido, total.

La bella sin cuerpo se evaporó de mi lado.

 


 

La compañera del día

 

Creo haber visto a la muerte

tapar la boca de mi amigo

con su mano.

Con su mano muerta.

 

No es guapa, ni fea, ni lista, ni inclemente.

No tiene ningún poder.

No expresa nada.

No es romántica, pudorosa o soñadora.

No es de ningún lado, no tiene que ver con ninguno.

 

Pero lleva consigo a su guardaespaldas

de cinco dedos.

Y justo a este manco se lo metió por la garganta

lentamente, sin pausas.

 

Cuando mi amigo abrió la boca,

creí ver salir de sus entrañas

el puño enguantado.

Quise decir

(maldita, prepotente coronación poética):

el guante pequeño movía el dedo meñique de vómito.

Pero no es cierto.

Mi amigo no se merece una mentira así.

La muerte se quedó clavada en su garganta

hasta que lo sofocó.

 

Traducción por Ioana Alexandrescu

 

 de ¡Abajo la realidad! (2019)

 

 (Fuente: Vallejo & company)

 

 

 

 

 

 




 


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