Baby Bob
A Henry A. Mackintoch
Baby Bob tenía los ojos azules,
serenos y azules de tanto mirar
los cielos serenos y azules de Escocia,
las aguas serenas y azules del mar.
Sus cabellos eran la mies florecida
o el beso apacible de un rayo de sol…
Los cabellos de ángel de Bob parecían
diluirse en un beso de luz y arrebol…
Sabía el lenguaje parlero del ave
serrana. Tenía fragancia de flor…
Baby Bob era un niño de cabellos de oro
y de ojos azules y carnes de albor…
Me parece aún verle vestido a la usanza
de la vieja Escocia… botas de Aberdeen;
el gorro de Glasgow; las medias de Irlanda
la pollera a cuadros en tela de Edim…
Canciones añejas de la vieja Escocia
cómo recitaba su voz infantil…
Canciones de valles en pleno diciembre…
Canciones de huertas floridas de abril…
¡Oh! La voz de Baby cómo semejaba
la voz de un querube… ¡Qué tiempo feliz!
Yo al soñar al lado de Baby vestía
con su sueño de oro mi esperanza gris.
Gustaba tirarse sobre el prado verde
y hundir sus dos manos de álgido blancor
Sobre la tersura límpida y serena
del arroyo ufano y murmurador.
Porque así lo hacía, ¡oh, gloria de Escocia!
a la margen suave del Lomond que ya
no verá más nunca los ojos de Baby
ni su pequeñuela mano sentirá…
¡Oh, de aquellos tiempos de la vieja infancia!
Los tiempos aquellos en que todo fue
caricia… las manos, las flores, la brisa,
y hasta el hondo beso que se dio sin sed…
¡Oh, de aquellos tiempos de dulce fragancia!
Que en aquellos tiempos puso Baby Bob
para siempre y siempre sobre mi tristeza
algo que aún no acierto a descifrarlo yo…
Baby Bob tenía los ojos azules,
serenos y azules de tanto mirar
las costas serenas y azules de Escocia…
las aguas serenas y azules del mar…
Ese blancor de nieve…
II
La palidez marmórea de los cirios
llevabas en tu rostro por la ausente
caricia de un amor que fuera ardiente
en la fiebre mortal de tus delirios.
La blancura funesta de los lirios,
el alabastro límpido y viviente…
Así como tu cuerpo era tu frente
afiebrada por fúnebres martirios…
Pálido cuerpo que singló el hastío;
cuántas veces soñé con que eras mío,
como mi sueño y mi ilusión. Que inerte
te estrechaba en mi pecho hercúleo y duro
y resaltabas en su fondo oscuro
con tu blancura mágica de muerte…
La cadencia sutil del movimiento
V
TU andar se asemejaba al de los pumas
por la arrogancia de sus breves pasos,
al rumor de las olas sin espumas
en el reflujo azul de los ocasos.
Blando como los íntimos regazos
y triste en las tristezas de tus brumas,
semejaba tu andar de breves pasos
el roce de algún pico entre las plumas…
Curva de aristocracia. Seductora
cadencia de arrogancia cimbradora…
¡Ah! Yo adoré tu andar blando y pausado.
Porque en él reflejabas tus dolores,
el cansancio inmortal de tus amores
y el duelo de tu espíritu exaltado…
El poema olvidado
AMIGA:
…………En este libro un verso falta;
un verso tenue, de fragancia añeja,
la humilde trova que quedó perpleja
pero que el solo recordarla exalta.
Aquella rima que soñara tanto;
quizás el verso que canté hace mucho;
tal vez la estrofa que agitada escucho
cuando sofoca el corazón, su llanto.
No sé su forma, pero sé que existe;
que bulle en mí con incesante giro;
que se me acerca cuando yo suspiro;
que me acaricia cuando me hallo triste.
Que hacia el olvido que le di me llama
con voz de rezo que al vibrar subyuga
como una mano que en el rostro enjuga
lágrima santa que el dolor derrama…
Así era el verso florecido y vago
que en el silencio se quedó dormido
como se duerme el cielo amanecido
en la serena beatitud del lago…
Así era el verso de mi amor jocundo
el hondo amor que al corazón prendiera
y que tan enorme enmudeciera
en un sueño de paz meditabundo…
Así era el verso que en mi libro falta…
Pero hoy, un rastro de su miel añeja
brota en mí mismo con su errante queja,
besa mis sienes y mi mente exalta
y tomándola, trémulo, en la inquieta
memoración de lo que ayer ha sido
más, más allá del corazón la anido
pues, de otro amor no quiero ser poeta…
En Los pebeteros exóticos, Ed. Blanco móvil, 1943
(Fuente: Op.cit. poesía)
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