ALQUIMIA
Para J.P. y A.G., en memoria.
Al bardo, cachuso, remanye… Difícil que
comprendan todo lo que a uno le pasa con
árbol titilada por brisas. ¿Y la mujer aquella
sin metafísica, la Plath, dada a una lengua
de brujas, lengua babélica?
Yo sé que tengo dos lenguas y una no es la
mía. También tuve dos madres y dos padres
y amo a dos hijos, aunque las formas de mi
existencia a nadie le preocupa. Toda la vida
fui bilingüe. En dos formas estuvo escindido
mi lenguaje, una lengua bruta, natal, analfa,
y otra significativa si respiro profundo y en
alta voz digo el poema sin darle remanye
a la escritura.
En mi cuerpo, que conoció el placer, el sufrimiento,
el miedo, no la esperanza (sí la resignación tanto en
el amor como en la política), siento esta verdad vacía
y eterna: estoy en el mundo más solo que nunca.
No porque no me quieran o no ame yo a una mujer
con alma y vida. Estoy solo en lo que escribo,
entregado sin esperanza a un porvenir vacío. Y lo
más grave es que nunca supe estar solo. Como
Pessoa busqué siempre sin suerte apretar a un pecho
hipotético más humanidades que Cristo. ¿Creer en
mí? Imposible. Porque en lo que uno pierde su
tiempo (hacer versitos) no se trata de comprender
la jerga, no el sentido del habla, sino de pensar
el continuo cuerpo-lenguaje del sonido, las vocales
profundas que inducen a la clerecía en el nombre
de un padre que dentro de mi cabeza no tiene
piedad alguna, sólo hastío.
¡Dios mío! Un padre carnal y uno que fue como
yerbas: o no las arrancan o crecen dentro de uno
hasta que te sentís un falso Eliot o Virgilio o
atrapado en un maelström de Poe: sólo caos
y ruido. Mi travesía iniciada hace casi un siglo
está próxima a su fin: el árbol de mi mente quemado.
¡Todo lo enterrado me contempla! ¡Eh, ah, loh,
pidiendo música! Onomatopeyas ciegas: un ciego
discurso humano que delata amnesia, pérdida del
valor creador de un dios sin nombre propio.
Rajá viejo, rajá. ¿Llegaste alguna vez en realidad
a interesarte en mí? Caída y demencia una noche
de casamiento de lenguajes: sésamo ábrete decía
el dios que desbloqueaba el tesoro oculto de la
lengua madre, gestos sonoros que daban certeza
de la función del poema: revelar lo aparente, la
lengua doble, bífida, que ocultaba el misterio
sobre los nombres sustantivos de la vida: niñedad,
inocencia, vejez, perdón, mamá, papá, verdad.
¿Pero cuál, cuál de dos? Estoy divido entre
la lealtad que debo a la sangre y a esa otra
sangre abstracta que nutrió mi verbo.
Seamos honestos. ¿Quién podría aceptar esa
herencia, este vacío de un yo que no respeta la
primera condición del poeta, el olvido de sí?
¿Cómo dar por cierta la existencia de una luz que
en otros tiempos envolvía los cuerpos, hilos de luz
que a distintos reinos suavemente me ataban?
Gracia concedida por esos arabescos de armonía
sublime que algunos ayer oda llamaban. Oda: todo
lo que venía de la penumbra al verso.
Oda, santa palabra. ¿Razón, memoria, niñedad,
oído? ¡Oh, lucha! Sordo como una tapia voy
por el mundo de la escritura.
Contenido de la angustia: universo parlante.
Tic tac, responde mi corazón, tic-tac papá.
Se nos acaba el tiempo de estar juntos, de
hablarnos y decirnos te quiero. Rabia del
cuerpo: no somos nada. Y si vuelvo a verte
sombras que pasan: yo no me veo.
¿Sólo me queda leerme a mí mismo, octogenario
y anónimo? En el espejo vacío no un ojo ni un
hueso. Veo fractura y caos, lengua del caos,
abismo, fracciones minúsculas de una vida
prestada. El tiempo de la belleza concluido.
*
Imagen: / EL ANIMAL PROFUNDO - ANANIA PABLO - ALCIÓN
(Fuente: Alicia Silva Rey)
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