Aquella muchacha escribía poemas; los colocaba cerca de las
hornacinas, de las tazas. Era cuando iban las nubes por las
con mi madre.
Aquella muchacha escribía poemas enervantes y dulces, con
gusto a durazno y a hueso y sangre de ave. Era en los viejos
veranos de la casa, o en el otoño con las neblinas y los reyes. A
veces, llegaba un druida, un monje de la mitad del bosque y
tendía la mano esquelética, y mi madre le daba té y fingía rezar.
Aquella muchacha escribía poemas; los colocaba cerca de las
hornacinas, de las lámparas. A veces, entraban las nubes, el
viento de abril, y se los llevaban; y allá en el aire ellos
resplandecían; entonces, se amontonaban gozosos a leerlos,
las mariposas y los santos.
(Fuente: Alan La Veglia)
No hay comentarios:
Publicar un comentario