Bajó un ángel y me dijo que en el infierno hay, como mínimo, once
poetas por metro cuadrado.
Estuve en silencio varias horas.
Luego le pregunté por qué Dios permite el mal en su creación.
Antes de salir volando, con mi billetera en la mano, gritó que
con esa luz se puede alimentar pueblos enteros; como también
hacer sentir útil a un verdugo.
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