LA CASA SOBRE PALAFITOS
LA CASA SOBRE PALAFITOS
Nunca lo conseguirás -me habían dicho.
Mi padre estaba tumbado
sobre la mancha azul de
me miraba con un ojo,
sin pestañar, sin moverse;
de la boca le salía un
suave párrafo cautivante como
el que recitaba en las esquinas
de los colegios de señoritas
cuando era muy joven.
Nunca lo conseguirás,
la frase me quedaba dando vueltas
como un mareo que se
acelera inevitablemente en
las copas de los árboles
de un parque al amanecer.
Lo que resta es menos
que una sombra en la playa
con la que hemos hablado
durante toda una tarde.
Mi padre había sido nombrado
presidente de telégrafos
y enviaba al espacio mensajes S.O.S.
Luego fuimos muy pobres
jamás se sacó el sobretodo azul
vivíamos en una casa armada sobre palafitos
en la que sólo teníamos arroz y bebida blanca.
Nunca lo conseguirás.
Había un bar atendido por mujeres,
las piezas estaban en la parte de atrás,
los hombres pasaban seducidos y riendo;
nunca golpearon a ninguna,
yo les cebaba mate a la mañana
barría el piso y juntaba los vasos,
el sol entraba por la ventana
y encendía de blanco los cuerpos
desnudos y olorosos;
mi padre pasaba por el camino
con el sobretodo azul
hacia la estafeta postal
y se quedaba mirándola sin entrar
mordiendo un cigarrillo.
Lo que resta es menos
que la visión que tiene
un cordero del lobo oscuro
que muerde su cuello de lana blanca /
es menos que la virginidad. /
El plan de la vida es reiterarse
y no confesar jamás sus fechorías.
Mi padre se hinchaba a la mañana
comenzaba a llorar lentamente
por el ojo que siempre mantenía cerrado,
la visión del río desde la
casa armada con palafitos
lo consolaba un poco;
su objetivo era el cielo
por el que pasaban pájaros
que él nunca veía.
Nunca lo conseguirás- me habían dicho.
Cuando crecí tuve un auto
y solo iba a ver a mi padre
una vez por semana
una vez por mes
una vez por año.
Las mujeres del bar habían envejecido
y atendían en las piezas del fondo
a muchachos jóvenes que las golpeaban
con las botas y las culatas de sus armas
haciéndolas gritar
y para ellos era como un canto
en la mañana.
Mi padre juntaba los vasos
barría el piso y les cebaba mate
con orina caliente y azúcar negra.
Los jóvenes eran despiadados
pero eran tan hermosos
como el mar celeste
que una vez vi en una fotografía
de un almanaque de una
empresa petrolera que
tenía mil obreros sucios y demacrados
feos y endurecidos, buenos y trabajadores
a 100 km. al norte de Singapur.
Mi padre había tallado
en el tronco de un árbol
el número del año
en el que había decidido morir.
Ese es el único almanaque que me importa-
dijo una vez después de años de silencio
a uno de los jóvenes despiadados,
pero no era seguro que lo dijera
ni que el otro lo escuchara.
Nunca lo conseguirás- me habían dicho.
Y yo bajé una noche a la ciudad de las luces
y aposté en la pista
por un caballo alimentado con anfetaminas
y después compre el dolor del mejor
sobre el ring por poca plata
y tuve un garito de naipes marcados
y viajé en un barco blanco y azul
con una copa de licor entre las manos
cerca de la costa donde hay
casas armadas con palafitos
y mi padre nos vio pasar
con su único ojo y el sobretodo azul,
parado junto al árbol que tenía
la fecha de este año tallada en el tronco.
Lo que resta es menos
que el viento invernal sobre el estuario,
menos que la fragilidad, que la barbarie.
El plan de la vida es seducir
para luego enloquecernos
y hacernos prisioneros- había
dicho mi padre.
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Este libro salió publicado en el año 1992.
(Fuente: Marcos Herrera)
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