POSIBLEMENTE EL UNICORNIO
olvidaron al cerrar la compuerta.
Después vino la lluvia, y otra vez la lluvia. Peces,
pájaros y caimanes, más los zancudos que caminan sobre
el agua, tenían su habilidad
y no sufrieron sobresalto en la cuarentena más húmeda
que se recuerda;
el unicornio, sí.
Elefantes, caballos,
quirquinchos y corzuelas
estaban bajo techo en la chalana célebre
cuando se vino abajo el cielo inhóspito: cabras, gallinas
y tortugas (“ese
interesante animal que es a la vez
animal y domicilio”)
iban a salvo de cualquier diluvio;
el unicornio, no.
Por este olvido llegan de vez en cuando noticias de algo
que se perdió en un mapa antiguo, en algún
pergamino tapado varias veces por el polvo: señales
confusas que ya vienen de ninguna parte: restos flotantes
desde antes que el tiempo se volviera historia.
Y sólo queda el olvidado, el que no pudo ser,
el que dice cuando un artista atacado por el virus místico
lo rescata en un tapiz o en el cuadro de alguna sacristía:
“nací perdido y no quiero que me encuentren”; y mira
desde tierra firme.
(Fuente: Daniel Rafalovich)
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