De La vida nueva
(1951)
HIMNOS A LA NOCHE
I
Con qué corazón, con qué ánimo cantarte, noche,
en esta ciudad triste como una gran niña sorda
que no podía desearnos, entre hombres fatigados
por el peor de los males, por la espera, que venían
a repetir en vano desde todas partes los llamados,
las comidas, las frustradas fiestas, a mancharte
sin saberlo, simulando en tus umbrales el inefable ruido
que es el mundo en los días de la vida verdadera?
Íbamos solos y callados por calles, por iluminadas
avenidas,
nos mirábamos sin paz, como sacerdotes amenazados,
en nuestra piel contábamos el paso del tiempo,
en la vaga angustia de una mujer que nos quería,
mientras sentíamos siempre entre los dientes el gusto
honroso y mortal de un fruto de silencio que ardía.
Y ese fruto era el válido homenaje de nuestras voces
que el alba a veces premiaba con su turbia amnistía.
De El Círculo de los Paraísos
(1958)
TRES ELEGÍAS
I
Sólo
en la gran soledad,
me descubro,
yo,
que sentí acudir la dicha
desde todos los puntos de mi cuerpo,
mi alma,
que en los años del tiempo celeste
sobre el enigma de tu rostro cándido
en círculo se cerraba, y desde allí
crecía cubierta de sortilegios diurnos,
no soy, no soy,
derivo, pesado,
porque no me fijas ya
en el agua de negros sueños
en que se ha tornado bruscamente este mundo,
seguido por vanos consuelos,
frases mordaces y estigmas funestos,
hacia la nada transcurro,
mientras contemplo tu recuerdo,
ese amor tuyo que fue también el mío,
el amor, paisaje más hermoso que la belleza,
más infinito que la ternura, el amor,
lugar recóndito al que una vez entramos
y al que ninguno de los dos
volverá a saber nunca cómo regresar.
De El escándalo y el fuego
(1959)
I
Una noche mordí
aquella pepita,
el inconfundible
gusto de mí mismo.
Desde entonces huyo.
¿Qué es ese temblor
hacia el que corro,
ese viento del que no sé
si es el ser o el no ser?
Cuando me vuelvo
lamen mi cara
las llamas
de la ciudad incendiada.
XL
Negamos
a Dios.
Pero
no osamos
andar
desnudos.
Sordos,
ciegos,
en el atardecer
que es el tiempo,
en el vergel
terreno,
oímos
incesantemente
la voz
que nos reclama:
¿Dónde estás?
¿Qué has hecho?
(Fuente: Eterna Cadencia)
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