«El Fantomas»
Le decían el Fanta,
Le decían el Fantasma.
Le decían el Fantomas.
Había trabajo en una carnicería en Chiguayante.
Sabía separar las partes de los cuerpos.
Sabía los puntos más húmedos y morados de los cuerpos.
Ahora era el Señor de Rais.
Había combatido junto a la Santa, por la Fe.
Cuando su figura permanecía tras la potente luz del foco
Crecía como un halo inclemente
Y se adelgazaba amenazador
Como un lúgubre personaje de un filme expresionista.
Todo un Nosferatu en el pueblo y después de la ciudad.
Ese día lo dedicó por completo a una niña.
Una niña desaparecida de la oquedad de los baldíos
Que rodeaban la población La Libertad,
Una niña como tantas
Temblorosa, gimiente,
Sin odio,
Como perrita asustada
Sin comprender nada de su destino:
«Yo soy el Monje Antonin»
Le susurró el Fantomas a la niña al oído,
«¿Recuerdas, Justine»?
Mientras le dejaba caer una gota de saliva
Como un arito de rocío o un maremoto en sus lóbulos;
La niña callaba
Sólo temblaba
Ausente de su Destino.
Al final, le puso un chocolate en la boca,
Tal vez por aliviar su trabajo tan duro,
Tal vez por algo así como la piedad,
Porque la niña no comía hacía días.
Cansado, al final de la jornada,
Le susurro a la niña al oído:
«No te olvides que soy tu protector…»
Mientras la niña gemía, mientras la niña no cesaba de gemir.
en Los siete náufragos (Edición definitiva), Descontexto Editores, 2023
Fotografía original de Jimmy Quintana
(Fuente: Descontexto)
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