«Hiperión a Belarmino»
Traducción de Jesús Munárriz
Nada
puede crecer y nada puede hundirse tan profundamente como el hombre. A
menudo compara su sufrimiento con la noche del abismo y su felicidad con
el Éter, ¡pero qué poco dice al expresarse así! Aunque no hay nada más
bello que cuando, tras una larga muerte, despunta en él un nuevo
amanecer, y el dolor, como un hermano, sale al encuentro de la alegría
que a lo lejos alborea. ¡Ah, fue con un presentimiento celeste como
saludé entonces de nuevo la llegada de la primavera! Como el rasguear de
la lira de la amada a lo lejos, en el aire callado, cuando todo duerme,
así resonaban sus dulces melodías en mi pecho como si llegarán desde el
Elíseo, presentía su futuro cuando las ramas muertas se agitaban y un
soplo ligero rozaba mis mejillas. ¡Propicio cielo de Jonia!, nunca
estuve más ligado a ti, pero tampoco fue nunca mi corazón tan semejante a
ti como entonces, con sus juegos dulces y serenos… ¿Quién no siente el
anhelo de las alegrías del amor cuando la primavera vuelve a los ojos
del cielo y al seno de la tierra? Yo me levantaba como un convaleciente,
lenta y prudentemente, pero el pecho se me estremecía feliz con
esperanzas tan secretas que se me olvidaba preguntar qué podía
significar aquello. Sueños más hermosos cercaban ahora mi sueño y,
cuando despertaba, se me habían quedado en el corazón como la huella de
un beso en la mejilla de la amada ¡Oh!, la luz del amanecer y yo
salíamos al encuentro uno del otro como amigos reconciliados que aún se
mantuvieran algo alejados, pero que llevaran ya en el alma el cercano e
infinito momento del abrazo. En realidad, mis ojos no volvieron a
abrirse libremente nunca más como antes, armados y cargados de su propia
fuerza; se habían vuelto más suplicantes, imploraban la vida, pero, sin
embargo, en mi interior sentía como si de nuevo pudiera convertirme en
aquel que había sido, e incluso en alguien mejor. Volvía a mirar a la
gente como si fuera yo también a actuar y a alegrarme entre ellos. Me
ligaba a todo, realmente de corazón. ¡Oh cielos!, ¡qué alegría maligna
era para ellos ver que el orgulloso original se había vuelto, esta vez,
como uno de ellos!, ¡qué gracioso les resultaba que el hombre arrastrara
al ciervo del bosque hasta su corral…!
en Hiperión, o El eremita en Grecia (1794-1795), 1797
Bosquejo original de Hölderlin por Luise Keller, 1842
(Fuente: Descontexto)
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