Veintiún poemas de amor, XVII
Nadie está destinada ni condenada a amar a nadie. Ocurren accidentes, no somos heroínas, ocurren en nuestras vidas como choques, libros que nos cambian, barrios a los que nos mudamos y con el tiempo amamos. Tristán e Isolda no es un buen ejemplo, las mujeres al menos deberían saber la diferencia entre el amor y la muerte. Ni taza con veneno ni arrepentimiento. Solamente pensar que el grabador debería haber captado algún fantasma de nosotras dos: ese grabador no sólo debería haber pasado música sino también habernos escuchado, para poder decirle a la posteridad: fuimos esto, así fue cómo intentamos amar, y éstas son las fuerzas que desplegaron contra nosotras, y éstas son las fuerzas que desplegamos dentro de nosotras, dentro de nosotras y contra nosotras, contra nosotras y dentro de nosotras.
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg
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