LA PESTE
Nosotros, los ruiseñores que admirabas sobre sus hombros nos volvimos buitres en acecho.
Nosotros, los brillantes grillos dormidos sobre su noble cabeza éramos cuervos de malos presagios, y su cráneo un tugurio apolillado de malicia.
Trunco fauno egótico.
Barco a la deriva acribillado de vacía hipocresía.
Necrófago de papel entintado que no tenía el más mínimo espesor.
Una forma muy pequeña de humano delimitada por egocentricidades.
Lobo de cartón cuya existencia ni se sostenía parada frente a tu tempestad.
Nosotros, los colibríes que disparábamos luz no éramos sino moscas verdosas metalizadas en cada uno de sus ojos desarraigados.
Nosotras, las zumbadoras abejitas que expandíamos su voz éramos en verdad la voz del mal del más rapaz cóndor andino.
Solo acabará carroñándose la propia osamenta.
De sus jaulas rezumarán hedores nauseabundos más amargos y rancios que el olor de la muerte.
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