miércoles, 2 de febrero de 2022

Tracy K. Smith (Falmouth, Massachusetts, Estados Unidos, 1972)

 


Vida en Marte


Dios mío, está lleno de estrellas     

  

  
3


 
Quizá el gran error sea creer que estamos solos, 
que los otros vinieron y se marcharon -en un abrir y cerrar de ojos- 
cuando en toda su extensión, el universo podría estar congestionado, 
repleto hasta los bordes de energías que jamás sentimos 
ni vemos, que se adhieren a nosotros, viviendo, muriendo, diciendo, 
pisando con pies de plomo cualquier planeta, 
doblegando a las estrellas gigantes que dominan, arrojando rocas 
a cualquiera de sus lunas. Viven preguntándose 
si son los únicos, sólo conocen el deseo de conocer, 
y esa gran distancia negra en la que ellos -y nosotros- palpitamos. 
Quizá los muertos comprendan, sus ojos abiertos al final, 
viendo las altas luces de un millón de galaxias tilitando 
en el crepúsculo. Oyendo la ignición de motores, trompas 
que no dan tregua, el frenesí del ser. Lo quiero
rayando la locura, como una radio sin dial.
Completamente abierto, para que todo se inunde de una vez.
Y bien sellado, para que nada escape. Ni siquiera el tiempo
que ha de curvarse sobre sí mismo y hacer un bucle como el humo.
Entonces yo podría estar ahora sentada con mi padre
mientras pone su fósforo encendido en el hueco de su pipa
por primera vez en el invierno de 1959.



4



En esas últimas escenas de 2001, de Kubrick,
cuando Dave es sacudido en el centro del espacio,
en el que se despliega una aurora de luz orgásmica
antes de abrirse ampliamente, como una orquídea salvaje
para una abeja perdidamente enamorada, y después se diluye
como la pintura en el agua, y entonces una gasa brota y desaparece,
antes, por fin, la marea de la noche, luminiscente
y confusa, se arremolina dentro, una y otra vez…

En las últimas escenas, mientras él flota
por encima de los grandes cañones y de los mares de Júpiter,
en los llanos inundados de lava y en las montañas
congeladas, en todo ese tiempo, él no parpadea.
En su pequeña nave, pilotando a ciegas, sacudido
a través de la pantalla panorámica del tiempo indivisible,
¿Qué brillará en su mente?

¿Sigue moviéndose en la vida,
o termina al final de lo que se puede nombrar?

En el plató, una toma tras otra, Kubrick disfruta,
después el vestuario vuelve a sus estantes
y la gran sala iluminada se apaga.



5



Cuando mi padre trabajaba en el Telescopio Hubble, dijo
que trabajaban como cirujanos: desinfectados y empapelados
de verde, un frío aséptico y luz blanca en la sala.

Leía a Larry Nieven en casa, bebía whisky escocés con hielo,
sus ojos exhaustos y enrojecidos. Eran los años de Reagan,
cuando vivíamos con el dedo sobre El Botón y nos esforzábamos

por ver a nuestros enemigos como a niños. Mi padre pasó temporadas enteras
postrado ante el ojo del oráculo, hambriento de hallazgos.
Su rostro se iluminaba cada vez que alguien le preguntaba, y levantaba los brazos

como si flotara, confortablemente en la interminable
noche del espacio. En el patio atábamos a los globos mensajes
de paz. El príncipe Carlos se casó con Lady Di. Murió Rock Hudson.

Aprendimos nuevos nombres para las cosas. Cambiamos de década.

Las primeras imágenes llegaron borrosas y me sentí avergonzada
de todos aquellos alegres ingenieros, mi padre y su tribu. La segunda vez
las lentes acertaron. Vimos hasta el confín de todo lo que allí había.

Tan brutal y tan vivo, que parecía abrazarnos.



Cuando tu pequeña forma descendió hasta mí




me tumbo como una alfombra de leopardo en la cama:
boca abajo, con las piernas abiertas. Era invierno.
Día de trabajo. Tu padre posaba los pies en el suelo.
Arriba, los niños arrastraban algo hacia adelante y hacia atrás,
haciendo chirriar las ruedas. Me quedé vacía, sacudida
por lo que se genera, como un torbellino, e irrumpe
todas las noches en esta habitación. Tú has debido ver
como se sentía siempre, buscando
lo que nos arrasó como un incendio.
Necesitando el peso, deseando el deseo, muriendo
para descender hasta la carne, la culpa, el breve éxtasis de la espera.
¿De qué sueño del mundo te retorcías liberada?
¿Qué se elevó -y qué dolió- cuando dirigiste tu voluntad
hasta el sí de mi cuerpo tan vivo entre las sábanas?



Todo lo que siempre fue




Como una gran estela, ondulándose
infinitamente en la distancia de todo

Lo que siempre fue, aún es, en algún lugar,
flotando cerca de la superficie, manteniendo
su hambre de ti o de mí

y el presente que hemos nombrado
y del que hemos hecho un lugar.

Como la marejada, a veces
resurge, reclamando un pedacito
de donde nos hallamos.

Como el viento que la lluvia azota,
barre las hojas de un lado a otro,

batiendo las ventanas
que no cerramos con la rapidez suficiente.
El agua embarrada tardará días en secar.

Nos sorprendió anoche en mi sueño.
Comida caída del cielo. Puesta directamente

entre nosotros, mientras tus ojos
giraban hacia los míos, y mis manos
se posaron enhebrando un hilo en mi regazo.

Sostenido, era tan delgado. Y cuando al final
tú me alcanzaste, se retiró,

desolado, pero no vencido. Hoy
fuera lo que fuera parecía escaso, un rastro
de nube ascendiendo como el humo.

Y los árboles que miran mientras escribo
se balancean con la brisa, como si todo cuanto se agita

bajo el barro fuera un pequeño cosquilleo del conocimiento.
Las grandes raíces ciegas se reirán
y empujarán tarde o temprano más allá.



My God, It's Full of Stars




3.


 
Perhaps the great error is believing we’re alone,
That the others have come and gone—a momentary blip—
When all along, space might be choc-full of traffic,
Bursting at the seams with energy we neither feel
Nor see, flush against us, living, dying, deciding,
Setting solid feet down on planets everywhere,
Bowing to the great stars that command, pitching stones
At whatever are their moons. They live wondering
If they are the only ones, knowing only the wish to know,
And the great black distance they—we—flicker in.
Maybe the dead know, their eyes widening at last,
Seeing the high beams of a million galaxies flick on
At twilight. Hearing the engines flare, the horns
Not letting up, the frenzy of being. I want to be
One notch below bedlam, like a radio without a dial.
Wide open, so everything floods in at once.
And sealed tight, so nothing escapes. Not even time,
Which should curl in on itself and loop around like smoke.
So that I might be sitting now beside my father
As he raises a lit match to the bowl of his pipe
For the first time in the winter of 1959.
 


4. 


 
In those last scenes of Kubrick’s 2001
When Dave is whisked into the center of space,
Which unfurls in an aurora of orgasmic light
Before opening wide, like a jungle orchid
For a love-struck bee, then goes liquid,
Paint-in-water, and then gauze wafting out and off,
Before, finally, the night tide, luminescent
And vague, swirls in, and on and on. . . . 
 
In those last scenes, as he floats
Above Jupiter’s vast canyons and seas,
Over the lava strewn plains and mountains
Packed in ice, that whole time, he doesn’t blink.
In his little ship, blind to what he rides, whisked
Across the wide-screen of unparcelled time,
Who knows what blazes through his mind?
Is it still his life he moves through, or does
That end at the end of what he can name?
 
On set, it’s shot after shot till Kubrick is happy,
Then the costumes go back on their racks
And the great gleaming set goes black.
 

 
5.


 
When my father worked on the Hubble Telescope, he said
They operated like surgeons: scrubbed and sheathed
In papery green, the room a clean cold, a bright white.
 
He’d read Larry Niven at home, and drink scotch on the rocks,
His eyes exhausted and pink. These were the Reagan years,
When we lived with our finger on The Button and struggled
 
To view our enemies as children. My father spent whole seasons
Bowing before the oracle-eye, hungry for what it would find.
His face lit-up whenever anyone asked, and his arms would rise
 
As if he were weightless, perfectly at ease in the never-ending
Night of space. On the ground, we tied postcards to balloons
For peace. Prince Charles married Lady Di. Rock Hudson died.
 
We learned new words for things. The decade changed.
 
The first few pictures came back blurred, and I felt ashamed
For all the cheerful engineers, my father and his tribe. The second time,
The optics jibed. We saw to the edge of all there is—
 
So brutal and alive it seemed to comprehend us back.



“When Your Small Form Tumbled into Me"




I lay sprawled like a big-game rug across the bed:
Belly down, legs wishbone-wide. It was winter.
Workaday. Your father swung his feet to the floor.
The kids upstairs dragged something back and forth
On shrieking wheels. I was empty, blown-through
By whatever swells, swirling, and then breaks
Night after night upon that room. You must have watched
For what felt like forever, wanting to be
What we passed back and forth between us like fire.
Wanting weight, desiring desire, dying
To descend into flesh, fault, the brief ecstasy of being.
From what dream of world did you wriggle free?
What soared — and what grieved — when you aimed your will
At the yes of my body alive like that on the sheets?”



Everything That Ever Was




Like a wide wake, rippling
Infinitely into the distance, everything

That ever was still is, somewhere,
Floating near the surface, nursing
Its hunger for you and me

And the now we’ve named
And made a place of.

Like groundswell sometimes
It surges up, claiming a little piece
Of where we stand.

Like the wind the rains ride in on,
It sweeps across the leaves,

Pushing in past the windows
We didn’t slam quickly enough.
Dark water it will take days to drain.

It surprised us last night in my sleep.
Brought food, a gift. Stood squarely

There between us, while your eyes
Danced toward mine, and my hands
Sat working a thread in my lap.

Up close, it was so thin. And when finally
You reached for me, it backed away,

Bereft, but not vanquished, Today,
Whatever it was seems slight, a trail
Of cloud rising up like smoke.

And the trees that watch as I write
Sway in the breeze, as if all that stirs

Under the soil is a little tickle of knowledge
The great blind roots will tease through
And push eventually past.
 
***
 
 
 
 Isliada | Ginebra Magnolia | Carlos Alcorta
Traducción: Luna Miguel
 
 
(Fuente: El Poeta Ocasional)
 




 

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